Ha sido momentáneo, casi inexistente, pero ha sido de mis ligues más bonitos.
Mis amigos y yo vamos por la calle, viendo bares llenos y rechazándolos.
Uno de los bares llenos tiene cortinas hasta la altura de la coronilla, más o menos, o sea que no vemos, es dificil ver dentro del bar. Son cortinas medio transparentes, pero no vemos.
Quiero saber qué hay y qué pasa en ese bar.
Ayudándome de mis tacones circunstancialmente altísimos y con lazos, me subo a un (una cosa donde te puedes subir) y salto repetidas veces para ver por encima de la cortina. Veo el bar a medias, pongo una mano sobre el cristal para ayudarme. Me quedo tambaleante con la mano sobre la cristal.
Viene una mano masculina y se encuentra con la mía. Primero nos saludamos, tipo hola, tipo agitar la mano. Luego ponemos la mano sobre el cristal. Él, y yo. La mano, los dedos, los cinco dedos él y los cinco dedos yo. A través del cristal. Hola. Como, hola, mano. O como adiós, mano. Como los amantes cuando se despiden. Las manos, a través del cristal.
Él, visto por la cortina semi-transparente, es canoso quizás, con barbas quizás, con perilla, o con barbas pero no muchas, o algo así.
Yo, vista (boing boing) a través de la cortina, no sé.
Me gusta salir a tomar una cervecita. Bueno, eso ya lo sabéis. Pero me gusta especialmente salir a tomar una cervecita con pintura en las manos y pintura en el pelo.
La alegría se mide en decibelios. Uno, dos, tres, cuatro y así hasta por lo menos treinta mil. Gambrinus comparte pared con futbolistas, vírgenes, toreros, cristos, repartidores de cerveza del siglo diecinueve y una pantalla de plasma. El bar lo abrió el abuelo del actual dueño o dueños el 13 de marzo de 1936. O sea, que sobrevivió a la guerra civil, la posguerra, el franquismo, la transición, la democracia, el destape, la Expo, el Euro y el siglo XXI en general. Es pequeño, abarrotado, luminoso y típico. Burdeos y beige. Juventud y cacahuetes. Fluorescentes y trofeos. Sol de una mañana de enero. Hombres jóvenes de 20 a 30, es el público mayoritario. Ana pregunta algo a los dueños, la respuesta: “¡Porque vienen a beber cerveza!”, y me parece muy buena respuesta (no sé qué fue la pregunta). “La gente viene aquí y se trae su tapita.” Qué original. Ana no consigue abrir su bolsa de patatas, le tiene que ayudar el dueño. Cric, cric, ya sí. Techos altos, pasillo oscuro en la trastienda, voces, una mañana sevillana. En la pantalla de plasma, una lluvia de intestinos y unos gritos de terror.
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Desentona horriblemente con la mañana sevillana.
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(Mi amiga Ana y yo estamos haciendo un trabajo sobre los bares, las tascas pequeñitas y antiguas de Sevilla, que desgraciadamente se van cerrando poco a poco con el nuevo siglo, aunque no todos. Antes de que se acabe el barril, queremos parar el reloj de la Cruzcampo y visitar 100 de ellos y escribir y fotografiar nuestras sensaciones. Estamos en ello. Ya llevamos 65.)