TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA DE PORTUGAL, SÉPTIMA PARTE (y III)
Los habitantes desaparecidos de Almograve… pues sigo sin saber donde se habían metido. En el pueblo no estaban. En la playa no estaban tampoco: en la playa no había ni un alma, hasta que llegué yo a dormir la siesta. Sólo me puedo imaginar que estaban recogidos en sus casas, preparándose para el mes de agosto. Por lo menos había dos o tres en un restaurante, los suficientes para ponerme de comer y de beber, y el resto, pues ya los conoceré en otra ocasión, supongo.
. Íbamos por el tramo Almograve – Vila Nova de Milfontes, me parece, sí, pues eso. Empezó con este estupendo y asfaltado camino rural:
la perfección absoluta para caminar, según mis gustos, pero cuando se juntó con una carretera que no me inspiraba nada hice un desvío espontáneo – cosa insólita para mí, ya que si no voy con las narices en el mapa me pierdo – para conocer……
estas playas de ensueño …
… donde podía bailar descalza en la arena y hacer todas las tonterías que se me antojaran para hacerme la foto, ya que no había absolutamente nadie. Eso sí… ¡había un bar! El paraíso total. Parece casi que se puede cruzar a VNMilfontes por ese charquito de agua pero no, no se puede, tienes que dar la vuelta entera por el monte bajo, las piedras y los cactus y luego la carretera pero aún así seguía con ganas de bailar,
.
y llegué bailando a mi destino,
y me encantó mi destino, y me encantó el apartamento (Pátios da Vila, excepcionales), y me encantaron
todas las otras playas que tiene Vila Nova de Milfontes, que está rodeada, asediada y agobiada de playas, hay unas seis o siete para elegir.
Pueblo grande, pequeña ciudad en agosto, pero en Mayo sólo está llena de luz y tranquilidad y es de estos sitios donde todo en medio del casco urbano te encuentras de repente con una familia de gallinas o un huerto de naranjos. Me gustó. Me gustó, sí.
Si todo va bien llegaré a Lisboa este verano pero se me va a quedar corto, lo sé, así que seguro que sigo, y sigo, y sigo, y hago de esto mi vida.
La próxima etapa es VN Milfontes – Porto Covo – Sines – Santo André. Salgo el 11 de junio.
Interrumpimos esta crónica de la travesía portuguesa para traeros una importante noticia, mañana martes 24 de mayo inauguramos nuestra exposición “100 Bares 1000 Cervezas”. Después de 3 años de durísimo trabajo visitando todos los bares de Sevilla, Ana y yo finalmente enseñamos esta faraónica exposición (200 fotos, 100 textos y el Gran Libro de los Bares) sobre cien tabernas tradicionales de Sevilla que no queremos que se cierren nunca (aunque desgraciadamente ya habemos perdido algunas). La inauguración es mañana martes a las 21.30 horas y la exposición estará hasta el 13 de junio.
¡Nos vemos en el Ánima!
Torero-torero-torero-barril-torero-jamón. Tapa-tapa-tapa-tapa-tapa-tapa-contador del gas. Toro-torero-toro-torero-toro-torero-lámpara (ahora voy por el techo). Sí, hay toros en el techo. Cojo el jamón por los bordes para no tener que limpiarme las manos en el papel higiénico. Fuera, sol. Dentro, sombra. Hay 87 tapas y raciones diferentes. (Bar Sol y Sombra, C/Castilla 147-149-151)
Las tristes patitas de los muebles. El tac tac de los dominós. Los percheros y los trofeos, silenciosos y polvorientos. Ana fotografía a los cuatro señores jugando al dominó y el dueño lentamente transporta una bandeja con dos cervezas y dos vinos hasta la mesa de ellos, donde todo queda inmóvil, las bebidas quietas en unas diminutas mesas auxiliares con las patas largas, se oye alguna ficha de dominó puesta en la mesa con mucha contundencia, clac, clac, ahora hablan.
Fuera está la calle estrecha, ¿tan cerca estamos de la bulla del mercado de la Feria? Aquí no entra, aquí los jugadores, la cortina descosida, la solidaridad de los pequeños muebles unos con otros, porque tienen mi edad. (Peña ¡Aupa Betis!, C/ Arrayán 4)
TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA YA DE PORTUGAL POR LA CARA, SÉPTIMA PARTE (II)
¿Dónde lo habíamos dejado? Ah sí, en Zambujeira, pues la mañana siguiente salí de Zambujeira, toda contenta, a caminar y a caminar. Como veis tengo dos posibilidades, o el asfalto donde se supone que tienen que ir los coches u otra superficie que es donde se supone que tienen que ir los caminantes – que aunque no me crucé con ninguno hay bastantes por esta zona – pues no sé por qué pero cuando acondicionan un camino para que lo utilicen caminantes siempre lo llenan de piedras, las bajarán de la montaña o vete a saber donde consiguen tantas malditas piedras pero la cosa es que detesto caminar sobre ellos.
Pero pronto llega una de las zonas más bonitas que he tenido la suerte de recorrer hasta ahora, el mundo rural e interior y costero y campestre y agreste y todo a la vez, una maravilla de silencio y mar y sol y los cencerros de las vacas y el acantilado y las flores y úf, qué alegría,
A veces era un poco Indiana Jones,
tenía que usar la brújula…
… o incluso quitarme los zapatos y vadear un río, ¡de verdad! tuve que vadear un río, un río muy pequeño pero un río al fin y al cabo, qué aventura (y me encantó el agua tan fresquita en los pies y hasta bebí un poco y todo, no, no la misma que había pisado, es que el riachuelo se movía muy de prisa y ya era otra), ¡bonita experiencia!
Hasta que empezó a dolerme el pie torcido (el que me había torcido ayer en los gofres del Ayuntamiento) (y que creía curada pero que había empezado a recordarme que no lo estaba desde prácticamente salir de Zambujeira) de tal forma que entendí que me ordenaba a parar y nada, tuve que montar el tenderete a la sombra de un arbolito y darme un buen descanso. ¡Qué remedio!
Y mira, la cosa funcionó. Al rato pude seguir sin dolor y hacer cosas como meter un pie en un barrizal en los bordes de un charco gigante que estaba intentando circunnavegar sin espacio ninguno, lo que me dejó menos superconjuntada para el resto del día, con un pie rosa y el otro marrón,
y también pude alucinar con unos paisajes excepcionales,
hasta llegar al pueblito de Cavaleiro.
Luego me reencontré con mi querido asfalto
mientras disfrutaba de más fenómenos naturales como las cigüeñas y sus pequeños inquilinos, gorriones y otros, que hacen sus nidos en los bajos de los nidos de ellas…
y nada, ya me iba acercando
a Almograve, donde por cierto no había ni un alma,
pero nadie nadie nadie, vamos,
¡nadie!, pero ¿dónde diablos están las personas en este pueblo?
TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA YA NO DEL ALGARVE SINO DE PORTUGAL, SÉPTIMA PARTE (I)
… Así que salgo de casa a las 6.50 de la mañana para acudir a mi cita con la Travesía Superconjuntada, y estamos en Sevilla y es Feria…
Normalmente me encuentro con toda la borrachería de la ciudad a esa hora, pero esta mañana es diferente… ¡están todos en la Feria todavía!, y las calles están bastante más tranquilas, jajaja….
Y nada, dos autobuses y dos trenes más tarde llego a Odeceixe, el encantador pueblito que me gustó tanto cuando acabé la última etapa en él. Y la Casa de Hóspedes Celeste me encanta, y la pequeña señora Celeste me encanta, y a la mañana siguiente me estoy tomando mi cafelito con ella cuando de repente todo se ve interrumpido por un grandísimo chaparrón de agua que no sé muy bien qué pinta en mi travesía. Y ¿ahora qué hago? “Y ¿los zapatos?” me dice Celeste (viendo que son de tela) y yo como la optimista que soy le digo, “tengo otros”, lo que no le digo es que los otros son sandalias. En realidad tengo un plan para la lluvia: dos cachos de plástico de la bolsa de las verduras del Más y Más que pienso meter dentro de los zapatos, y que intuyo que van a ser completamente inútiles. Pero a esto la situación se arregla y al final salgo a caminar bajo un sol resplandeciente, las nubes van a menos y todo va bien.
A lo mejor no me veis en esta fotografía de la salida de Odeceixe pero allí estoy, en la esquina inferior izquierda, sí, esa pequeña sombra cruzando el puente.
Contenta, eufórica y saludando a todos los vecinos cruzo la frontera del Algarve y ¡ya estoy en el Alentejo!
Un perro grande, lanudo y muy leal (“o Senhor Cão”) me acompañó un buen trecho de mi camino, no busco compañía pero me gustó la suya. Después de algo así como un kilómetro y medio se dio la vuelta y volvió a casa, probablemente porque… sabía que iba a llover.
Y llovió.
Vaya si llovió.
Una superconjuntada no puede llevar impermeables de colores fluorescentes ni aberraciones de esas que sacas del bolsillo y te hacen parecer un preservativo humano, no: ¡yo llevo un paraguas con lunares rosas! Está un poco desvencijado pero pesa muy poco y trae un poco de alegría a los días de nubes negras y trombas de agua. Que fue una experiencia nueva para mí: nunca me había llovido en la travesía. Un pequeño problema que no había previsto era que si me quería meter los cutreplásticos en los cutrezapatos necesitaba las dos manos y primero tenía que soltar el paraguas, y no podía soltar el paraguas porque estaba lloviendo… y en campo abierto, sin paradas de autobús ni bares y tabernas donde refugiarme, de esos que siempre abundan cuando no los necesitas… así que adiós plásticos, o al menos hasta que escampó, cuando ya pude echarles mano y ¡sorpresa!
¡Funcionaron a la perfección! Tenía la sensación de tener los pies secos y calentitos, sobre todo porque al irse la nube de la discordia salió y sol y pegaba fuerte, hacía un calor tremendo y se me secó todo. Así que mi primera y única experiencia con la lluvia ha sido bastante positiva.
Seguí con mi paseo por el mundo rural, casi consiguiendo no perderme, aunque al final ese trozo de camino tan rebuscado que os expliqué el otro día - forjar caminos entre la broza y los matorrales al filo de los acantilados, o algo así - no lo pude hacer porque al entrar en territorio invernadero y llegar a un caminito muy dudoso que obviamente era propiedad privada y preguntar a dos hombres que estaban trajinando con un tractor justo por donde yo quería pasar (inadvertida, je) (pues no), me dijeron que ese camino no iba a ninguna parte, sólo a la “Praia da Amália” y me mandaron a dar la vuelta por la carretera. Hmmm, yo estoy segura de que sí tiene salida pero claro, no podía ignorarles y abrir brecha a través de las propiedades de su jefe, así que les hice caso, qué remedio… E hice bien porque el nuevo camino tenía algo que el otro no tenía: ¡un bar para tomarme un Sumol! Los dos jornaleros que hablaban tan estupendamente portugués y se camuflaban tan totalmente en el ambiente rural resultaron ser un búlgaro y un ucraniano… y eran muy simpáticos así que fue un encuentro muy gracioso, todo en medio de la nada…
La combinación del buen aire del campo, la cercanía del destino, lo bonito que es todo, la sensación de libertad y la música por los cascos hace que te entren ganas de bailar… ¡¡¡¡y bailas!!!! Genial cuando no hay nadie en un radio de dos o tres kilómetros, en medio del casco urbano lo hago algo menos, jeje….
Pronto tengo Zambujeira a la vista, qué nueva y reluciente está, pero también trae otra cosa nueva y reluciente que no es nada positiva: los malditos gofres. Voy a explicar qué son los malditos gofres porque a lo mejor no os suenan: son una especie de pavimentado que han puesto, lleno de enormes agujeros (se supone que la Madre Naturaleza los irá llenando de arena, pero a ver cuándo va a ser eso) y que parece que su principal función es hacer que todo Dios se tuerza el tobillo. O sea si no vas fijándote a cada paso dónde exactamente estás poniendo el pie, te lo puede engullir un boquete, y eso fue lo que me pasó: me torcí el pie. Así que cojeando y con un buen cabreo llegué al pueblo, sabiendo que no era un esguince, que me dolía pero que no iría a más, que no era nada (eterna optimista yo) pero que iba a tener que descansar el pie toda la tarde y andar lo menos posible porque sé que si andas sobre un pie torcido las cosas pueden terminar mú malamente, eso lo sé de experiencia…
En tres minutos ya me encontré en el pueblo y como no veía ninguna manifestación de vecinos por un suelo digno a la que pudiera sumarme me busqué una actividad alternativa que consistió en, cómo no,
tomarme unas buenas cervezas en un restaurante con vistas y luego bajar cojeando a la playa,
donde me quedé más frita que una patata y estuve muy a gusto (desde la cabeza hasta los tobillos, se entiende), antes de subir al pueblo de nuevo y a mi alojamiento en el “Rosa dos Ventos”…
Pues nada, mañana salgo a otra etapa de la Travesía Superconjuntada, esta vez se supone que salgo de Odesseixe en la frontera misma del Algarve y que voy a conseguir andurrear hasta Vila Nova de Milfontes pasando por Zambujeira y Almograve.
Aquí con tantas cosas en la cabeza que están empezando a inducir un estado de estrés - la exposición '100 Bares 1000 Cervezas' (sic) el trabajo, la perfo-poesía... - mi tranquilidad se está quedando calva y tengo muchas ganas de dejarlo todo atrás y desconectar totalmente, que es lo que siempre me pasa en la travesía, es casi como si Sevilla no existiera, es guay y lo necesito!
Tengo delante unas carreteras y caminos que seguramente serán muy bonitos pero que incluyen algunas de las rutas más complicadas hasta la fecha:
Me gusta especialmente (o no) la parte de "Ve como puedas, por el acantilado o por el bosque, más o menos hay camino". Hmmm... menos mal que tengo Planes B que me salen por las orejas.
Ya he hecho mi reserva, físicamente al final de la última etapa, con un minúsculo lápiz requeteafilado por las dos puntas y tan pequeño que era casi imposible de manejar en el cuaderno de la Casa de Hóspedes Celeste en mi primer destino. No es como el booking.com, es... diferente, en esta parte de Portugal.