TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA DEL ALGARVE, QUINTA Y ÚLTIMA PARTE (y II).
Los últimos dos días de mi travesía del Algarve.
Después de beber, comer, dormir, salgo tempranísimo de mi hotel en Salema, para evitar inútiles luchas contra el calor (pa eso me quedo en Sevilla).
.
También hoy hay una confabulación de cuestas y la salida del pueblo no es fácil, pero todo se consigue con un poco de piernas y un poco de paciencia.
.
Un día nublado y unas buenas superficies hacen que todo sea fácil, rayando en lo aburrido.
Pero contra el aburrimiento, la música. Contra las agujetas, la música. El iPod es un anestésico natural. Tengo agujetas desde los tobillos hasta las caderas, así que eso es justo lo que necesito. Cuando paso por tramos despoblados, canto a grito pelado: rock, disco, trance, árabe, años ochenta. (Los tramos estaban despoblados ya, no se despoblaron al pasar yo con mis cantos).
Aparece Vila do Bispo.
No se puede cruzar el Algarve a pie y comer un helado al mismo tiempo. No me preguntes por qué, pero no se puede.
Los últimos kilómetros antes de llegar a Sagres son todo lo aburridos que me había figurado, pero son más verdes. Me había imaginado unas tierras rojas y peladas, con peligrosos barrancos y precipicios por todas partes, un poco como caminar por la luna pero con mejor luz.
.
Es mucho más aburrido que caminar por la luna.
.
Pero tiene mejores playas.
Un poco cansada y ligeramente obsesionada con un autobús que va a salir dentro de nada, el único de la mañana, sigo y sigo y sigo y finalmente entre ráfagas de viento que me empujan hacia el fin del mundo avisto el Cabo de São Vicente. Pero por mucho que camino el maldito Cabo no llega, se queda donde está, no crece, no mengua (al menos), se me resiste. Además la carretera es un horror, no lo parece pero lo es, cada vez que pasa un coche hay que apartarse y caminar por un lecho de piedras puntiagudas que generosamente ha colocado la Cámara Municipal para divertir a los caminantes y hacerles sentir vivos.
O yo qué sé. Pero nada se acerca a mí, sólo las piedras. Por fin sí, un poco.
El Cabo de São Vicente me parece el sitio más feo y más aburrido del mundo, y encima está todo lleno de turistas. ¿Qué es eso que veo? Un rulot que vende perritos calientes con lo que parece ser un plátano gigantesco pegado al techo? Ya estoy más cerca… cuando finalmente llego me quedan 8 minutos antes de que salga el autobús. Tengo los teléfonos de todos los taxis de Sagres en el bolsillo, pero no quiero coger un taxi. Detesto los taxis. Y por supuesto que no voy a volver andando. Quiero coger ese autobús.
Pero Dios mío, estoy aquí, he llegado al Cabo de São Vicente.
.
Es el fin de la travesía. Acalorada, exhausta y con una pinta horrorosa, fotografiándome desde todos los ángulos para dejar constancia de este gran momento (alguna servirá), con un ojo en el autobús para que no se vaya sin mí, he llegado a mi destino.
Sí, he conseguido cruzar el Algarve a pie, por carreteras, caminos y playas, saltando vallas, cruzando aeropuertos, huyendo de perros furiosos, sonriendo, cantando, jadeando con el calor, bailoteando con el iPod, perdiéndome, comiendo asquerosas barritas integrales y tomando Sumoles de ananás (y muchas cervezas), con dolor y con agujetas, con ilusión, con alegría, eso, con alegría, todo para llegar a este momento que francamente es un poco decepcionante.
.
El conductor del autobús es un hombre malhumorado que no ve con buenos ojos el hecho de que yo tenga que seguir haciéndome fotos con un pie en las escaleras de su autobús porque se supone que esto es un momento apoteósico en mi vida,
y nada, las últimas fotos de la travesía, ya están hechas, el autobús está calentando motores, y la cerveza me la tomaré en Sagres. Bastante apropiado si lo piensas. Adiós Cabo de São Vicente, adiós caminata, adiós travesía maravillosa, el centro de mi vida durante los últimos meses y una de las mejores cosas que he hecho en mi vida,
.
adiós, adiós, adiós, he llegado, y ya me voy…
.
… a Sagres, otra ciudad llena de hippies, donde me siento en una terraza con el sol y el viento a tomarme una buena cerveza y en una palabra me siento aturdida, sí, aturdida es como me siento. Aturdida y un poco vacía.
“Tengo los pelos locos,” apunto en mi diario, “la cara cansada, una pinta que vaya vaya y casi no me puedo mover por las agujetas, pero lo he conseguido. Pues sí.”
Pues sí.
Gracias a todos los que os habéis interesado por mi travesía y que me habéis acompañado invisiblemente, paso por paso. Gracias a todos los que estas locuras os parecen una buena idea. Gracias a todos los que habéis leído estos posts, y si algún día tenéis la idea de hacer algo parecido, estaré con vosotros, invisiblemente. Sólo tenéis que ponerme un e-mail y os ayudo con lo que sea.
Ahora para rematar este verano y cambiar un poco de idioma me voy 6 días a Italia, al Veneto. Voy a caminar, pero si no camino y me da por hacer otra cosa no pasa nada: no es una travesía formal. El Veneto es más que Venecia, y no voy a Venecia, voy a Chioggia, Pellestrina (maravillosa larguísima y finísima isla), Cavallino, Jesolo, Caposile, Portegrandi… Ya os contaré.
TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA DEL ALGARVE, QUINTA PARTE (I).
La aventura sigue. La habíamos dejado en Lagos… y en Lagos seguimos. Día de cielo azul y tranquilidad absoluta, y salgo a primera hora de la mañana, destino Praia da Luz, Burgau y Salema. Tres inofensivos tramos de 5 kilómetros cada uno. Con un poco de variedad para hacer que el día sea más interesante: el primer tramo es un caminito que va bordeando el acantilado, el segundo es una pequeña carretera y el tercero es mezcla de carretera, acantilado y playa. Qué sencillo parece sobre el papel…
.
Pues nada, a por ello… salgo llena de energía en dirección a los acantilados para coger el caminito que lleva a Praia da Luz. Me lo había imaginado como lo más sencillo del mundo, pero no había caído en una cosa: que para caminar por un acantilado, primero tienes que subir a un acantilado. Y en términos urbanos el acantilado es como un bloque de doce pisos (sin ascensor, claro). Pues nada, allá vamos. Primera prueba superada, y aquí estoy en lo alto del acantilado con mis 5 kilómetros de caminito por delante, qué bonito. Y cómo pega el sol, ya a las 9 de la mañana…
Pero el caminito es maravilloso, ¿verdad? Pues nada, a caminar, que para eso está el camino…
Uy, ¡qué pisadas más grandes! Creo que antes que yo ha pasado por aquí un dinosaurio.
Para que veáis que yo también hago la caminata y no sólo mi sombra, aquí estoy con la ciudad de Lagos (y sus hippies) al fondo.
.
Subiendo y bajando, lidiando con el calor porque no hay ni una pizca de sombra, avanzo y avanzo. Los únicos seres con los que me encuentro (quitando al dinosaurio, claro, y las moscas, que no cuentan) son un enorme conejo gris que se me cruza por delante, un tío bueno haciendo footing (para descansar con él a la sombra de algún árbol, pero es que no había ni sombra ni árboles así que nada, “bom dia” y ya está), y una pareja mayor en chándal.
.
Después de una hora, llego al final del caminito. Y me encuentro con una cuesta casi en vertical para bajar al pueblo, una especie de tobogán lleno de piedras. Miro y remiro, ¿no habrá otro sitio por donde bajar? Este camino lo descubrí en una guía turística, que manda a la gente a subir por aquí y seguir el bonito camino a Lagos… “a Lagos”, claro. No “desde Lagos”. O sea que la guía te manda a hacer este camino, pero siempre al revés, de Luz a Lagos. No de Lagos a Luz, y no intentando bajar por aquí. ¿Por qué siempre lo hago todo al revés? Con el vestidito que yo llevo es totalmente impracticable, pero nada, hago de culo corazón y bajo por la talud sobre el trasero, agarrándome a los arbustos. Y pensando una cosa: que el tío bueno haya subido por aquí, vale, pero ¿cómo diablos ha subido la pareja mayor?
.
Pues ea, lo he conseguido, e estou na Praia da Luz, con todos sus turistas y sus puestos de hamburguesas y helados y sombreros horteras para protegerte de este calor de muerte. Pero contra todas mis expectativas, Praia da Luz me gusta, me encanta, tiene justamente eso – luz – y mucha alegría y mucho color.
Me tomo un Sumol en un bar y sigo hacia Burgau.
Otros cinco kilómetros. Fácil y agradable. Y dentro de otra hora ya estoy en Burgau, por donde paso como un rayo.
.
El tercer tramo, de Burgau a Salema, desgraciadamente es otra cosa… Al principio bien, carretera y más carretera, y hay un fuerte abandonado la mar de bonito, aunque los acantilados son altísimos y no puedo tomar un atajo aquí bajando a la playa y luego subiendo por un camino, que era el Plan A que tenía, así que paso al Plan B (carretera y más carretera).
Y resulta que hay un pequeño problema con la carretera y más carretera, porque es como una montaña rusa, que no es lo más oportuno cuando llevas toda la mañana andando y ya estás cansada y hace un calor de justicia y te estás quedando sin agua, pero bueno, sólo veo una posibilidad: tó palante. He elegido el camino más largo porque por lo menos es seguro: hay otro posible camino más corto bajando a otra playa al pie de los acantilados y luego subiendo más directamente pero no me atrevo: ¿y si no puedo bajar? ¿y si luego no puedo subir? Ya tengo experiencia en estas cosas. Además escaneándolo todo desde arriba a vista de pájaro (sediento), no hay ningún sitio donde me puedan vender una botella de agua. Si fuera así, bajaría, pero tal y como está, no me atrevo. Carretera y más carretera. Será más largo pero al menos sé por dónde voy.
Aunque hay una cosa en mi campo de visión que no me gusta nada: esa cuesta que veis a la izquierda de la fotografía. La tengo que subir…
.
Pero bueno, acabo de bajar por la que veis a la izquierda de esta fotografía… es todo una montaña rusa… Con veinte grados de pendiente y treinta y algo de calor, subo la diabólica cuesta encorvada con la bolsa sobre la espalda y mirando fijamente una raya blanca en el suelo, entre chorreones de sudor. Si levanto los ojos para ver mis progresos me mareo así que tengo que dejar de hacerlo. No puedo descansar más de unos segundos seguidos porque no hay sombra y si me quedo parada me quedaría frita, o más bien cocida, cocinada, y no llegaría, así que sigo de esa forma tan penosa hasta finalmente llegar arriba del todo, donde me desplomo debajo del primer árbol que encuentro
y me da igual que los conductores me vean las bragas (y el papel que tengo en la nariz para no quemármela...). Me tomo el penúltimo trago de agua que me queda (no el último, porque psicológicamente sería muy malo quedarme sin agua), y ya en terreno llano – que es otra cosa totalmente – cubro el kilómetro y pico que me queda hasta el pueblo, donde lo primero que hago es meterme en un bar a beber lo que sea, y luego en mi hotel, justo en la playa…
Por la tarde descubro que es infinitamente preferible estar sentada en la playa de Salema rodeada de periódicos y botellas de agua que debajo del único árbol que hay en la carretera, sin agua y después de subir esa terrible cuesta.
Estoy ya a unos 25 kilómetros de mi destino final. Continuará… .
Pues nada, mañana salgo para completar la última etapa de la Travesía Superconjuntada. Empiezo en Lagos (ya sabéis, donde los hippies y las gaviotas y las esculturas horribles), voy bordeando el acantilado pero sin precipitarme, espero, hasta Praia da Luz, luego por Burgau, Salema y Vila do Bispo, y si todo va bien el lunes me veréis en el Cabo de São Vicente, ya en el fin del mundo después de haberlo cruzado todo todito andando desde Vila Real de Santo Antonio.
Vista de arriba abajo, en el espejo y al revés, el técnico del gas y yo tenemos la misma firma. . O somos almas gemelas, o somos todo lo contrario el uno del otro. . (Bueno, eso lo sabría decir São, que ella y yo sí tenemos la misma firma, jajajaja…)