TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA DEL ALGARVE, SEGUNDA PARTE.
Segunda parte. La segunda parte empieza en Tavira, y tiene tres etapas, tres días: 1. Tavira hasta un sitio en medio de la nada, entre Moncarapacho y Santa Catarina da Fonte do Bispo (es que los kilómetros tienen que encajar, y también el precio del hotel, ahem...); 2. Sitio en medio de la nada hasta Olhão, y 3. Olhão hasta Praia de Faro (bastante más lejos que Faro, por cierto, ya os cuento…….)

Salí de Tavira, no sólo superconjuntada sino supercontenta, no hay mejor sensación que estar ya en la carretera, oyendo los pájaros cantar, canturreando tú y disfrutando de un viaje que realmente te lleva a alguna parte. Elegí el camino Santa Luzia - São Pedro - Luz de Tavira - Moncarapacho, un poco más largo pero muuuy bonito: resumiendo, casas abandonadas, plantas y pájaros.

Hablando de los animalitos locales, otros caminantes pueden ver pájaros o pequeños animales atropellados al lado de la carretera, pero yo veo una sardina atropellada al lado de la carretera, sí, aquí está:

La carretera rural a Moncarapacho es un poco interminable pero se llega, se llega.

Y aquí está la prueba. Llegué a Moncarapacho.

Y comí, en esta mesa, en este bar.
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Y es al llegar a Moncarapacho cuando la chica de la casa rural donde me quedaba esa noche empieza a mensajearme por el móvil, que les ha salido una emergencia y no pueden estar cuando llegue, pero dejan mi llave en la puerta. Pues muy bien, una llegada muy graciosa, muy original, encontré mi llave en la puerta y encontré mi habitación. Como la nube volcánica de Islandia ha echado a toda la gente a cenizazos yo soy la única clienta (llegar andando a los sitios tiene muchas ventajas, como por ejemplo que llegas), soy el único ser humano en un complejo de casas rurales en medio de la nada, bueno, el único ser humano pero no el único ser, porque detrás de una valla de unos dos metros y medio hay un perro enorme. Y totalmente furioso, claro, al encontrarme a mí en su territorio. Miro el perro furioso durante un rato mientras intenta saltar la valla una y otra vez, pensando ‘no lo conseguirá’.... y de repente estoy viendo una imagen que se me quedará grabada en la mente el resto de mi vida (no tengo foto, pero no me hace falta), estoy viendo como el perro furioso sí lo consigue y pasa por encima de la valla donde lo tienen encerrado y viene a mí hecho una bola de furia y fauces y galopes y ladridos y gruñidos, y lo único que puedo hacer (pienso que es lo mejor) es actuar como si no me estuviera atacando ningún perro furioso, como si no lo hubiera visto, no me morderá, me digo bajito (quizás lo hubiera gritado o chillado mejor, pero no me iba a oír nadie...), este perro no morderá, no morderá, no morderá... y no mordió.
No ha sido la experiencia más aburrida de toda la caminata hasta el momento, pero tampoco la más agradable!
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El día siguiente después de un desayuno estilo alemán genial con diez tipos de quesos y ensalada griega y todas las cosas que necesitas para olvidarte de un perro furioso, emprendo el camino de nuevo y en la friolera de tres horas o así llego a la ciudad de Olhão.
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Olhão tiene unos contrastes increíbles, graffitis, chalets de principios de siglo en ruinas, viejecitas vestidas de negro, enormes bloques de pisos, alicatados de los años sesenta, bares de dominó, el puente del ferrocarril, la publicidad en los carteles, Algarve es Schweppes, y Olhão es Schweppes, es Sumol y cerveza, pescado y carne, Olhão es azulejos y luz y su mercado y el centro es un laberinto.
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Olhão es feo, pero Olhão es bonito también.
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Y Olhão tiene una cosa muy especial, tiene un barco en el que compras un billete y cruzas el río y te encuentras en la isla de Armona (por ejemplo), que tiene una playa inmensa y azul, la playa más inmensa y azul que he visto nunca, vamos.
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El día siguiente, que ya es mi tercer día de caminata, salgo bien tempranito hacia la Playa de Faro.

Aunque antes de llegar a la Playa de Faro hay que recorrer casi 20 kilómetros de carretera y suburbios de Faro – no sé porqué, pero Faro nunca me ha gustado, y me sigue sin gustar, no consigo que me guste – y luego tienes que cruzar el aeropuerto y seguir un rato más y hala, ya estás en la playa, se supone. Creo que hay rutas mejores que la que yo elegí (definitivamente, lo mejor sería saltar de isla en isla por las playas inmensas), pero al menos variedad no le falta.

Lo primero que hago es perderme al salir de Olhão, para añadirle unos kilómetros a la cosa, pues estupendo, y me encuentro en medio de unas obras y un puente que parece una autopista y todo lleno de conos de tráfico y barreras y albañiles y Oh Dios ¿dónde me he metido?, si me ve la policía andando por aquí me manda a Olhão otra vez, pero ¡ah!, si ¡estoy en Olhão otra vez!, ¡vaya mierda!, y así, hasta que finalmente enfilo la carretera hacia Faro (que de hecho se ve, como un faro en la distancia, y se va haciendo cada vez más grande). Es una carretera bien fea para un caminante, y con sus garajes y sus gasolineras y su poco espacio para caminar era todo lo que había durante los ocho kilómetros que separan Olhão y Faro. Pero todo se pasa.

Y finalmente cruzo el barrio de Montenegro (sí, Crna Gora, el barrio con más bares por habitante de todo Portugal, me ha parecido) y llego al aeropuerto, que tengo que cruzar para seguir hacia la playa. Hmmm… soy tan lista, tan lista yo, planeando mi ruta y viéndolo todo en el Google Maps, pero en el Google Maps no he visto que esta parte del aeropuerto está completamente vallada y no puedo entrar, jajaja, ¿tendré que volver a Faro e intentarlo por otra ruta?, yo no soy un perro furioso, yo no puedo saltar vallas… y a esto sale un hombre por el método de abrir una puerta en la valla y me quedo admirada de mi propia estupidez, no se me había ocurrido abrir la puerta. Así que finalmente sí, cruzo el parking y ¡estoy en el aeropuerto!
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Preferiría estar en la playa, pero bueno. Todo llega.
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Porque para que llegue me quedan un kilómetro y otro y otro y otro de esto,
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en el mapa no parecía tan lejos, mecachis, pero me pongo en turbo y aguanto 40 minutos más y luego mira, estoy viendo el puente, y la playa, estoy llegando, y no hay palabras para describir la sensación que te da llegar a la playa por fin, quitarte los zapatos, sentir tus pies hundirse en la arena, meterte en el mar y sentir el agua y la espuma llegarte hasta las rodillas, la falda…

Y no te puedes creer lo bien que sabe la cerveza en el restaurante, y la comida, pero sobre todo la cerveza, y si es una enormísima caneca mejor:

Mis piernas no se querían mover más, como si alguien les hubiera echado un candado. Ese último trozo lo hice en turbo, por el mismo cansancio. Cuando paras (y cuando sabes que no tienes que seguir, claro) al rato el cansancio te golpea, y es una cosa bastante violenta. En el diario escribo

ESTOY HEROICAMENTE CANSADA. NO SÉ NI CÓMO VOY A LLEGAR AL AUTOBÚS !!!
Continuará...
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Etiquetas: El Algarve., Mis Viajes Solitarios, Travesía Superconjuntada: Cruzando el Algarve a Pie
empollado y puesto por
Pau
22:05