Cascinali entre Caposile y Portegrandi en el Veneto, Italia (segunda parte).
Hola, vuelvo con más ‘cascinali’...
La casa que está en peor estado, sin sombra de duda, la que tiene menos esperanza de salvarse alguna vez, es precisamente Ca’ Speranza.
Y justo enfrente, al lado de la carretera, encañonada y muerta, la paloma de la paz.
Esta es Ca’ Favorita, que no es mi favorita, aunque me gustan todas…
Ca’ Fertile, que tiene un patio o cochera totalmente invadido por la naturaleza, perfecto para fiestas, o eso es lo que se me ocurre..
El camino en sí por la carretera fue muy difícil, de los peores que he tenido el gusto de conocer, y mira que andado por carreteras este año… Había un mínimo absoluto de espacio para caminar y cada vez que pasaba un coche –y solían pasar en grupos de diez, en caravana– tenía que aplastarme contra el quitamiedos, no se podía saltar al otro lado, era alto y detrás estaban las aguas fétidas, las mini “palude” que tanta malaria trajeron en otros tiempos…
Pero pasito a paso las cosas se consiguen. Con paciencia y muchas ganas de llegar a las casas, anduve 8 kilómetros por ella. Y lo haría otra vez si hiciera falta (sólo que ahora sabiendo donde empiezan empezaría un poco más cerca de ellas.)
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Ca’ Feconda fue especial porque conseguí bajar de la carretera y entrar en ella.
Con una absoluta sensación de miedo, la verdad sea dicha…
Ca’ Renascita, una de mis favoritas.
El cielo dramático añade mucho y hace el ambiente perfecto. Hasta que empieza a diluviar sobre tu cabeza, claro. Menos mal que para hacerlo eligió el momento justo en que me metí en la marquesina del autobús. Aunque era una tormenta tan violenta que ni la marquesina ni el paraguas sirvieron de mucho y terminé como una rata mojada, por primera vez en una de mis caminatas…
Ya dentro del pueblo de Portegrandi, unas (pocas) de las Cascinali está rehabilitadas y habitadas.
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Y en general son un trozo de historia, una pequeña parcela de abandono y belleza en medio de los campos interminables del Veneto. Les deseo una larga vida. Quizás un día vuelva con mi casco de albañil, y os puedo contar más cosas.
Entre los pueblos de Caposile y Portegrandi (en el Veneto, Italia), hay una serie de casas abandonadas. Cuando yo en mis tiempos desempeñaba la durísima labor de guía turística en la zona, cada vez que llevábamos a los clientes al aeropuerto pasaba al lado de ellas y pensaba en ellas, y no en mis clientes, y no en el aeropuerto. Era pura evasión, soñaba con estar vagando felizmente por esas bellísimas casas y no en ese asco de autobús llevando turistas al aeropuerto.
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He querido volver. Y he vuelto. Sí, este verano, he incorporado las casas, las cascinali, las Ca’, a mi viaje a Italia. Se llaman las Ca’ porque cada una tiene un nombre, su propio nombre, escrito en grandes letras en el pecho.
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Son de la época de Mussolini. Empezaron a construirlas a finales de los años 20 y siguieron durante los años 30. Como dice el libro ‘Sile. Alla scoperta del fiume’, que las menciona, todas tienen ‘il loro bravo nome, pomposo e beneaugurante tanto caro alla retorica del regime’, sí, es eso. Ca’ Speranza, Ca’ Florida, Ca’ Feconda. Es verdad que los nombres son un poco rimbombantes, pero cuando tú vas en un autobús lleno de turistas camino al aeropuerto Marco Polo y te gustaría estar en cualquier otro sitio, también suenan optimistas, esperanzados, radiantes, miran al futuro con ilusión, el gran futuro que va a proporcionar la agricultura.... es bonito el tema.
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Sus habitantes, jóvenes y felices parejas en su mayoría, con hijos progresivamente crecientes en número y tamaño (toda esa parte me la he inventado yo, pero les pega mucho) trabajaban la tierra y ayudaban a levantar el país. Luego vino la guerra y se encargó de echarlo abajo de nuevo. Días tristes, días oscuros. Pero quedan las cáscaras de estas maravillosas casas vacías, ya no vive nadie ―sólo las palomas― pero la agricultura de alguna manera sigue, tanto que se les ha comido el camino para llegar a la puerta, y cada casa, sin puertas ni ventanas, es una isla ya... .
No sé cuántas Ca’ hay exactamente, ya que algunas están metidas en el pueblo y están disfrazadas y habitadas, he contado 14, pero hay que volver y contarlas bien. Hay que volver a esas casas y meterme dentro de cada una (Cris, ¿te animas?), vestida para la ocasión con vaqueros anti-zarzas y casco de albañil. Me metí en una. Las fotografié todas. Arriesgué mi integridad física para acercarme a estas maravillosas cascinali… hoy postearé unas cuantas y mañana más… espero que os gusten! .
He visto una cosa maravillosa en Italia, a mi paso por el pueblo de Caposile (Musile di Piave) (vaya manía de darle siempre dos nombres a los sitios, como para terminar de confundirte cuando ya estás perdida).
¡Un puente de barcas!
Sí, es un puente de barcas… Un arcaico, obsoleto, histórico puente de barcas. Pensaba que los habían quitado todos en el siglo diecinueve o así. No pensaba que pudiera sobrevivir ninguno. Y sin embargo aquí hay uno. Es precioso, ¿verdad?
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Buscando y rebuscando un poco sobre la zona que iba a visitar antes de ir, leí que había existido uno en ese pueblo e incluso vi alguna foto en blanco y negro, pero hablaban de él como si lo hubieran quitado hace tiempo. Fui a investigar de todas formas… ¡y allí estaba! Con los coches pasando por encima, pagando su portazgo de 50 céntimos al chico que trabaja en esa caseta que veis en el extremo (simpático, el chico, estuve hablando con él.)
Las barcas son muy antiguas (ni os puedo decir de cuándo, se me pasó preguntárselo al chico de la caseta), como medio fosilizadas, diría yo, y están ancladas al fondo (y eso también lo he pillado en internet) (vaya lección de historia que os estoy dando, yo no valgo para esto). En Sevilla hace varios siglos había un puente de barcas muy famoso (y yo siempre me preguntaba cómo sería eso, que si la gente iría pisando de barca en barca o cómo sería eso), (es la peor lección de historia que habéis recibido nunca, ¿a que sí?, por lo menos si aprendo algo yo…) y he leído que cada vez que llovía fuerte y subía el nivel del río se soltaban la mitad de las barcas y tenían que ir a buscarlas y recomponer el puente sobre la marcha… entre tacos y blasfemias, seguramente…
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Qué simpáticas son las barcas… Tienen una estructura especial dentro y están llenas de agua verde.
Creo que existen más, aunque no muchos. He visto fotos de dos más, los dos en Italia. En España no puedo encontrar ninguno, ni en Portugal tampoco, a pesar de que hay un pueblo allí que se llama Ponte da Barca. Resultará que están por todas partes, a lo mejor… pero no lo creo…
Me ha parecido precioso, precioso, precioso el puente de barcas. .
Sí, es cutrevenecia, es una pequeña ciudad, bastante fotogénica, con sus canales, su playa (que se llama Sottomarina) y su todo. Vas paseando, te metes en el agua, tan sucia como la de los canales de Venecia, bueno, no te metes tú, metes tu reflejo, que ya es suficiente.
Como está cerca de Venecia, Chioggia está completamente eclipsada por Venecia. En las guías turísticas ni sale, como si no existiera. Pero Chioggia existe. Existe y tiene un buen restaurante (más de uno, seguramente). Qué diferente es comerse una lasaña en Italia y comerse una lasaña en España.
En Chioggia empecé un viaje al que había puesto el título ‘La Caminata del Campari’, pero al final he fracasado miserablemente en ese aspecto y no he bebido ni un solo Campari, me he pasado la semana tomándome grandes y aparentes cervezas en todos los sitios, como siempre. Me es absolutamente imposible desengancharme de la cerveza.
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Ha sido interesante el viaje. Duro (a veces), variado e interesante. Postearé más sobre él estos días. He estado metiendo mis narices en unas interesantísimas casas en ruinas también, unas casas que conocí por primera vez hace más de 20 años cuando trabajaba en la zona, y siguen allí, un poco más derrumbadas, un poco más dejadas de la mano de Dios, pero allí están. Tengo un bonito fotorreportaje que también subiré un día pronto, en cuanto me organice un poco.
TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA DEL ALGARVE, QUINTA Y ÚLTIMA PARTE (y II).
Los últimos dos días de mi travesía del Algarve.
Después de beber, comer, dormir, salgo tempranísimo de mi hotel en Salema, para evitar inútiles luchas contra el calor (pa eso me quedo en Sevilla).
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También hoy hay una confabulación de cuestas y la salida del pueblo no es fácil, pero todo se consigue con un poco de piernas y un poco de paciencia.
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Un día nublado y unas buenas superficies hacen que todo sea fácil, rayando en lo aburrido.
Pero contra el aburrimiento, la música. Contra las agujetas, la música. El iPod es un anestésico natural. Tengo agujetas desde los tobillos hasta las caderas, así que eso es justo lo que necesito. Cuando paso por tramos despoblados, canto a grito pelado: rock, disco, trance, árabe, años ochenta. (Los tramos estaban despoblados ya, no se despoblaron al pasar yo con mis cantos).
Aparece Vila do Bispo.
No se puede cruzar el Algarve a pie y comer un helado al mismo tiempo. No me preguntes por qué, pero no se puede.
Los últimos kilómetros antes de llegar a Sagres son todo lo aburridos que me había figurado, pero son más verdes. Me había imaginado unas tierras rojas y peladas, con peligrosos barrancos y precipicios por todas partes, un poco como caminar por la luna pero con mejor luz.
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Es mucho más aburrido que caminar por la luna.
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Pero tiene mejores playas.
Un poco cansada y ligeramente obsesionada con un autobús que va a salir dentro de nada, el único de la mañana, sigo y sigo y sigo y finalmente entre ráfagas de viento que me empujan hacia el fin del mundo avisto el Cabo de São Vicente. Pero por mucho que camino el maldito Cabo no llega, se queda donde está, no crece, no mengua (al menos), se me resiste. Además la carretera es un horror, no lo parece pero lo es, cada vez que pasa un coche hay que apartarse y caminar por un lecho de piedras puntiagudas que generosamente ha colocado la Cámara Municipal para divertir a los caminantes y hacerles sentir vivos.
O yo qué sé. Pero nada se acerca a mí, sólo las piedras. Por fin sí, un poco.
El Cabo de São Vicente me parece el sitio más feo y más aburrido del mundo, y encima está todo lleno de turistas. ¿Qué es eso que veo? Un rulot que vende perritos calientes con lo que parece ser un plátano gigantesco pegado al techo? Ya estoy más cerca… cuando finalmente llego me quedan 8 minutos antes de que salga el autobús. Tengo los teléfonos de todos los taxis de Sagres en el bolsillo, pero no quiero coger un taxi. Detesto los taxis. Y por supuesto que no voy a volver andando. Quiero coger ese autobús.
Pero Dios mío, estoy aquí, he llegado al Cabo de São Vicente.
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Es el fin de la travesía. Acalorada, exhausta y con una pinta horrorosa, fotografiándome desde todos los ángulos para dejar constancia de este gran momento (alguna servirá), con un ojo en el autobús para que no se vaya sin mí, he llegado a mi destino.
Sí, he conseguido cruzar el Algarve a pie, por carreteras, caminos y playas, saltando vallas, cruzando aeropuertos, huyendo de perros furiosos, sonriendo, cantando, jadeando con el calor, bailoteando con el iPod, perdiéndome, comiendo asquerosas barritas integrales y tomando Sumoles de ananás (y muchas cervezas), con dolor y con agujetas, con ilusión, con alegría, eso, con alegría, todo para llegar a este momento que francamente es un poco decepcionante.
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El conductor del autobús es un hombre malhumorado que no ve con buenos ojos el hecho de que yo tenga que seguir haciéndome fotos con un pie en las escaleras de su autobús porque se supone que esto es un momento apoteósico en mi vida,
y nada, las últimas fotos de la travesía, ya están hechas, el autobús está calentando motores, y la cerveza me la tomaré en Sagres. Bastante apropiado si lo piensas. Adiós Cabo de São Vicente, adiós caminata, adiós travesía maravillosa, el centro de mi vida durante los últimos meses y una de las mejores cosas que he hecho en mi vida,
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adiós, adiós, adiós, he llegado, y ya me voy…
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… a Sagres, otra ciudad llena de hippies, donde me siento en una terraza con el sol y el viento a tomarme una buena cerveza y en una palabra me siento aturdida, sí, aturdida es como me siento. Aturdida y un poco vacía.
“Tengo los pelos locos,” apunto en mi diario, “la cara cansada, una pinta que vaya vaya y casi no me puedo mover por las agujetas, pero lo he conseguido. Pues sí.”
Pues sí.
Gracias a todos los que os habéis interesado por mi travesía y que me habéis acompañado invisiblemente, paso por paso. Gracias a todos los que estas locuras os parecen una buena idea. Gracias a todos los que habéis leído estos posts, y si algún día tenéis la idea de hacer algo parecido, estaré con vosotros, invisiblemente. Sólo tenéis que ponerme un e-mail y os ayudo con lo que sea.
Ahora para rematar este verano y cambiar un poco de idioma me voy 6 días a Italia, al Veneto. Voy a caminar, pero si no camino y me da por hacer otra cosa no pasa nada: no es una travesía formal. El Veneto es más que Venecia, y no voy a Venecia, voy a Chioggia, Pellestrina (maravillosa larguísima y finísima isla), Cavallino, Jesolo, Caposile, Portegrandi… Ya os contaré.
TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA DEL ALGARVE, QUINTA PARTE (I).
La aventura sigue. La habíamos dejado en Lagos… y en Lagos seguimos. Día de cielo azul y tranquilidad absoluta, y salgo a primera hora de la mañana, destino Praia da Luz, Burgau y Salema. Tres inofensivos tramos de 5 kilómetros cada uno. Con un poco de variedad para hacer que el día sea más interesante: el primer tramo es un caminito que va bordeando el acantilado, el segundo es una pequeña carretera y el tercero es mezcla de carretera, acantilado y playa. Qué sencillo parece sobre el papel…
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Pues nada, a por ello… salgo llena de energía en dirección a los acantilados para coger el caminito que lleva a Praia da Luz. Me lo había imaginado como lo más sencillo del mundo, pero no había caído en una cosa: que para caminar por un acantilado, primero tienes que subir a un acantilado. Y en términos urbanos el acantilado es como un bloque de doce pisos (sin ascensor, claro). Pues nada, allá vamos. Primera prueba superada, y aquí estoy en lo alto del acantilado con mis 5 kilómetros de caminito por delante, qué bonito. Y cómo pega el sol, ya a las 9 de la mañana…
Pero el caminito es maravilloso, ¿verdad? Pues nada, a caminar, que para eso está el camino…
Uy, ¡qué pisadas más grandes! Creo que antes que yo ha pasado por aquí un dinosaurio.
Para que veáis que yo también hago la caminata y no sólo mi sombra, aquí estoy con la ciudad de Lagos (y sus hippies) al fondo.
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Subiendo y bajando, lidiando con el calor porque no hay ni una pizca de sombra, avanzo y avanzo. Los únicos seres con los que me encuentro (quitando al dinosaurio, claro, y las moscas, que no cuentan) son un enorme conejo gris que se me cruza por delante, un tío bueno haciendo footing (para descansar con él a la sombra de algún árbol, pero es que no había ni sombra ni árboles así que nada, “bom dia” y ya está), y una pareja mayor en chándal.
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Después de una hora, llego al final del caminito. Y me encuentro con una cuesta casi en vertical para bajar al pueblo, una especie de tobogán lleno de piedras. Miro y remiro, ¿no habrá otro sitio por donde bajar? Este camino lo descubrí en una guía turística, que manda a la gente a subir por aquí y seguir el bonito camino a Lagos… “a Lagos”, claro. No “desde Lagos”. O sea que la guía te manda a hacer este camino, pero siempre al revés, de Luz a Lagos. No de Lagos a Luz, y no intentando bajar por aquí. ¿Por qué siempre lo hago todo al revés? Con el vestidito que yo llevo es totalmente impracticable, pero nada, hago de culo corazón y bajo por la talud sobre el trasero, agarrándome a los arbustos. Y pensando una cosa: que el tío bueno haya subido por aquí, vale, pero ¿cómo diablos ha subido la pareja mayor?
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Pues ea, lo he conseguido, e estou na Praia da Luz, con todos sus turistas y sus puestos de hamburguesas y helados y sombreros horteras para protegerte de este calor de muerte. Pero contra todas mis expectativas, Praia da Luz me gusta, me encanta, tiene justamente eso – luz – y mucha alegría y mucho color.
Me tomo un Sumol en un bar y sigo hacia Burgau.
Otros cinco kilómetros. Fácil y agradable. Y dentro de otra hora ya estoy en Burgau, por donde paso como un rayo.
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El tercer tramo, de Burgau a Salema, desgraciadamente es otra cosa… Al principio bien, carretera y más carretera, y hay un fuerte abandonado la mar de bonito, aunque los acantilados son altísimos y no puedo tomar un atajo aquí bajando a la playa y luego subiendo por un camino, que era el Plan A que tenía, así que paso al Plan B (carretera y más carretera).
Y resulta que hay un pequeño problema con la carretera y más carretera, porque es como una montaña rusa, que no es lo más oportuno cuando llevas toda la mañana andando y ya estás cansada y hace un calor de justicia y te estás quedando sin agua, pero bueno, sólo veo una posibilidad: tó palante. He elegido el camino más largo porque por lo menos es seguro: hay otro posible camino más corto bajando a otra playa al pie de los acantilados y luego subiendo más directamente pero no me atrevo: ¿y si no puedo bajar? ¿y si luego no puedo subir? Ya tengo experiencia en estas cosas. Además escaneándolo todo desde arriba a vista de pájaro (sediento), no hay ningún sitio donde me puedan vender una botella de agua. Si fuera así, bajaría, pero tal y como está, no me atrevo. Carretera y más carretera. Será más largo pero al menos sé por dónde voy.
Aunque hay una cosa en mi campo de visión que no me gusta nada: esa cuesta que veis a la izquierda de la fotografía. La tengo que subir…
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Pero bueno, acabo de bajar por la que veis a la izquierda de esta fotografía… es todo una montaña rusa… Con veinte grados de pendiente y treinta y algo de calor, subo la diabólica cuesta encorvada con la bolsa sobre la espalda y mirando fijamente una raya blanca en el suelo, entre chorreones de sudor. Si levanto los ojos para ver mis progresos me mareo así que tengo que dejar de hacerlo. No puedo descansar más de unos segundos seguidos porque no hay sombra y si me quedo parada me quedaría frita, o más bien cocida, cocinada, y no llegaría, así que sigo de esa forma tan penosa hasta finalmente llegar arriba del todo, donde me desplomo debajo del primer árbol que encuentro
y me da igual que los conductores me vean las bragas (y el papel que tengo en la nariz para no quemármela...). Me tomo el penúltimo trago de agua que me queda (no el último, porque psicológicamente sería muy malo quedarme sin agua), y ya en terreno llano – que es otra cosa totalmente – cubro el kilómetro y pico que me queda hasta el pueblo, donde lo primero que hago es meterme en un bar a beber lo que sea, y luego en mi hotel, justo en la playa…
Por la tarde descubro que es infinitamente preferible estar sentada en la playa de Salema rodeada de periódicos y botellas de agua que debajo del único árbol que hay en la carretera, sin agua y después de subir esa terrible cuesta.
Estoy ya a unos 25 kilómetros de mi destino final. Continuará… .