Todo remonta a una semana a finales de julio de hace muchos años. Una semana de pasión, sin ir más lejos. Yo tenía 19 años. Vivía temporalmente en Salamanca. Todo era temporal en aquel entonces. Mi amiga Susana y yo decidimos irnos de vacaciones, visitando la mitad de España, un día en cada sitio, en autostop.
La segunda ciudad en la lista era Sevilla. No la conocíamos. Saltando de coche en coche, con el trasfondo de la España porrera y guay de los primeros ochenta, llegamos a Sevilla a las 7 de la tarde, con un pequeño problema: el calor. Mi amiga se desmayaba. Yo la sostenía. Buscamos una pensión, una ardua tarea, lo único que había era el Hostal Sierpes, una cárcel sofocante, más de mil pesetas por una habitación en el ático con minúsculo tragaluz circular al fondo de un túnel en el techo como única ventana. Increiblemente, el hostal existe todavía. Mi amiga estaba fatal, pero salimos a cenar.
Fuimos a cenar a un restaurante de menús que se llamaba Las Escobas. Que también sigue existiendo. Cenamos y hicimos buenas migas con el camarero, que nos invitó a dar una vuelta después, cuando él terminara el trabajo. Mi amiga no estaba en condiciones. Yo dije, pues yo sí, yo voy sola y ya está. Cosa que hice.
El camarero y yo visitamos todos los bares de la zona. Muy bonito. Nos llevábamos muy bien. No pasó nada y el día siguiente la Susi y yo nos fuimos a Granada. Pero como él y yo habíamos intercambiado direcciones, nos escribimos alguna carta, y como yo iba a pasar el mes de septiembre en Cádiz, acordamos que yo iría a pasar unos días en Sevilla con él. Cosa que hice también.
No me daba cuenta de que nos gustabamos hasta que me bajé del tren en la estación y nos dimos un megabeso, allí en el andén. Hay que ser zoquete, de verdad no lo sabía.
Nos fuimos a su casa y allí pasé 5 días. Si ni sabía que el tío me gustaba, imaginaros los conocimientos que tenía en otros temas como por ejemplo el calor de Sevilla. No tenía ni idea. Hacía cosas como salir a dar un paseo por el Parque de María Luisa para ver las palomas a las 3 de la tarde. Me parecía que me iba a morir. El camarero se pasaba todo el día y la mitad de la noche trabajando, y no estaba dispuesto a cambiar su horario. Yo estaba muchas horas sola. Pero cuando el camarero estaba, qué alucine. Fue una relación MUY pasional. En mi vida había conocido nada igual.
A lo que voy, en realidad, es a la casa donde vivía el camarero. Estaba en el número diecinueve de la Calle Progreso. Era una casa de dos plantas, estaba encima de una panadería medio en ruinas. Entrabas, subías una escalera superdecrépita y ya estabas en la casa. Era una ruina. Sólo la primera planta era habitable. Bueno, habitable. Recuerdo el wáter ante todo. Había que ir al wáter con paraguas, sí, literalmente, porque mientras meabas se te caía una cascada de agua en la cabeza, genial. No había nada, apenas muebles, el único mueble que tenía el camarero era la cama, ya la cama era una isla, un oasis al revés, el paraíso en muchos sentidos. No había cocina, y por no haber, no había ni un vaso, quería un vaso para beber algún vaso de agua y tuve que salir a buscar una tienda, me metí por la calle Felipe II que ahora es una zona civilizada pero que en aquel entonces era un desierto con algunos bloques de diez pisos aquí y allá, tiendas no había, encontré un bar, entré y pregunté si me podían vender un vaso, nop, nada, al final me llevé una botella de coca-cola y esa botella de coca-cola fue mi vaso mientras estaba en la Calle Progreso, 19.
El camarero, que se llamaba Jesús, era lindo pero más bien raro. Las veces que nos fuimos por ahí, después de su trabajo, con Pedro, su compañero de piso y también camarero en Las Escobas, íbamos a la calle Betis y allí él hacía trucos de mágia para alucine de los transeuntes, que no mío, hacía una cosa con unos billetes de cien pesetas que desaparecían. Al final desapareció él también, se fue a un supuesto congreso de magos, qué más puedo decir, y yo me encontré de vuelta con Susana en Cádiz, y recuerdo que derramé unas lágrimas.
La cosa es que la otra noche estuve en la zona del Porvenir, ese barrio, y pasé por la Calle Progreso y me pareció ver un cartel de "Se Vende" en el número 19. No tengo la seguridad absoluta, pero me parece que sí, que lo ví. Esta noche también he quedado por aquella zona y voy a ver si es verdad. Y si es verdad - aquí entra en juego la idea diabólica - voy a llamar y voy a pedir que me enseñen la casa, como si quisiera comprarla. Sería una experiencia alucinante. Ya os cuento :) .