Estoy aquí en el sofá, leyendo blogs y mandando e-mails. Me siento muy bien cuando estoy sentada en el sofá y me suelo pasar todo el día aquí, porque aquí se pueden hacer muchas cosas: aquí trabajo, como, veo la tele, me tomo una cerveza mientras hablo por el messenger, escribo el blog, espío los blogs de los demás, hablo por teléfono, pongo y recibo mensajes en el móvil, leo el periódico y también hago otras actividades a veces, aunque no os voy a decir en qué posturas ni con quién, jejeje. Dice Errivero en un divertidísimo mail que me ha mandado ahora con el motivo de que paso de ir a una fiesta que hace en el quinto pino donde treinta personas tendrán que luchar por las únicas siete camas disponibles, que mi mente es "mucho más activa que el resto de mi hermosísimo ser", y me gustó mucho, principalmente por lo de "hermosísimo" (porque a veces una se siente como un saco de celulitis o como una despeinada con una arruga, físicamente incompatible con los bikinis), pero también porque lo que dice es verdad, que yo aparte de mi pequeño paseo diario para robustecer mis tobillos y descongestionar mis arterias mi estado natural es pasar todo el día aquí sentá. Pero todo se pasa, en otras futuras épocas de mi vida sé que seré más activa. Tal vez también escriba frases más cortas. Bueno, os decía que hay gente pá tó, y yo acabo de tener un brevísimo roce con una. Estaba aquí sentada leyendo blogs y mandando e-mails, y llaman a la puerta. Como han llamado arriba y no desde la calle me digo para mí que será mi Tía Maruja (porque vive dos puertas más abajo en el mismo pasillo) y me levanto y voy andando hacia la puerta. En el camino cojo una blusa para tapar mis exuberancias que se ven claramente a través del vestidito transparente que me pongo siempre para estar por casa (muy bonito pero no muy práctico para abrir la puerta a extraños). Y miro por la mirilla y veo allí a un tío, un tío joven aunque sobradamente calvo, mirándome por la mirilla con mucho interés y poniendo unas caras rarísimas. Pero rarísimas, como mirándome y diciendo con los músculos faciales, venga, porque no abres la puerta, sé que estás allí mirándome, venga .... Lleva una cosa bajo el brazo y un bolígrafo en la mano, y digo bueno, pues como me está mirando y poniendo esas caras y sabe que estoy aquí, pues voy a abrir la puerta, pero sólo un poco. Y me agarro fuerte a la blusa que cubre mis transparencias y abro la puerta un poquito. Y me dice "Hola," (pero poniendo unas caras como muy raras), "estoy haciendo una encuesta, sobre el consumo, o sea, sobre unas ... cositas que algunos consumen y que otros ... no consumen ..." y le digo inmediatamente que lo siento pero que estoy trabajando y que no tengo tiempo de contestar, y le cierro la puerta dulcemente en sus narices. Ohú, ¿por qué ponen a una gente tan extraña a ir de puerta en puerta preguntando cosas? (o peor, "cositas".) ¿Qué posibilidades tiene un tío tan raro de que alguien quiera hablar con él? Me quedé escuchando un rato porque tampoco oía sus pasos alejándose ni que llamara a otros timbres ni nada, aunque no me atrevía a pegar el ojo a la mirilla otra vez por si me lo encontraba haciéndo contorsiones con la cara de nuevo, y al cabo de un rato largo oí sonar otro timbre y corrí el cerrojo, ¡je! Seré una paranoica desde el atraco pero no te puedes fiar de nadie estos días, y menos de un tío haciendo muecas en la puerta de tu casa cuando tú sólo llevas un vestido transparente semitapado por una blusa. Bueno, por lo menos le abrí y le cerré la puerta. Algo es algo. Una vez llamaron y ví a una monja por la mirilla y me eché a huir para atrás otra vez en silencio .... Diós me juzgará por mi comportamiento con los vendedores a domicilio. Y a lo mejor me comprenderá.