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sábado, junio 25

 

Salí a la terraza pasándome la mano por el pelo, y arranqué sin querer una bolita de pelos que fueron volando a la calle. Vi los pelos bajar y bajar, bajaron flotando cinco pisos hasta la calle, y uiii, casi casi aterrizaron en la cabeza de un calvo que pasaba.
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miércoles, junio 22

 
¿¿Qué tendrá este restaurante japonés que no tienen los demás??


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lunes, junio 20

 
Quedé para ver la casa a la 7 de la tarde.

A las siete menos cinco ya estaba en la puerta, con 40º en la calle, sudando casi tanto como aquel verano de tanta pasión en tan corto tiempo, y muy arreglada y finamente vestida porque me había puesto guapa para la casa, también con la idea de aparentar que los 120 millones no eran un problema para mí, que a lo mejor llevaba los 120 millones de pesetas en el bolsillo, ya sabes, o en el sujetador en todo caso.

Los diez minutos que pasé dando vueltas parribapabajo delante de la casa eran suficientes para que me entrara una cierta duda, que ahora aclararé, pero primero voy a hacer un inciso.

Hablando de mi antigua experiencia tan pasional con el chico de la Calle Progreso, y describiendo esa casa tan peculiar, con su casi total falta de mobiliaria y equipamientos, la gente me ha dicho distintas cosas. Primero va Rosa y dice, "¿¿pero estás segura de que no era un okupa??", y luego va Chema y dice "¿Sabes que era eso? ¡Eso era un picadero! Si sólo había una cama.... ni vasos ni ná, si él no vivía allí, eso era un sitio pa llevar a las niñas a follar na má...", y yo todo indignada "¡¡¡Pero si vivía allí!... y el compañero de piso también vivía allí (y él no follaba con nadie), si vivían allí los dos, y vale, que sólo tenía una cama y no tendría vasos y no tenía casi ná, pero vivía allí!!!" Pero después eso también se aclaró. Porque esa noche, Jesús vino a mí en un sueño (Jesús era el nombre de mi rollo, no lo confundáis con el hijo de Dios) y me lo aclaró todo. Estábamos en la casa de la Calle Progreso, los dos sentados sobre la cama, y mientras yo le quitaba toda la ropa me decía, "pero claro que tenía más muebles, ¿no te acuerdas? ¿No te acuerdas de la silla? ¿Y del armario que encontré en la calle? ¿Y no te acuerdas de los libros, no tenía estantería pero guardaba todos los libros en el suelo?" y de repente vi los libros y me acordaba de todo. Claro que había otros muebles, es que yo solo me acordaba de la cama, por razones obvias.

Bueno, volvemos a la Calle Progreso, el viernes a las siete y cinco de la tarde. Llegó la dueña de la casa. Abrió la puerta y tardé menos de un segundo en darme cuenta de que esa no era la casa. Desagradable y increible, pero cierto, la casa de mis fugaces amores era la de dos puertas más abajo, irreconocible en un 99%, completamente reformada, pintada de un horrible color morado oscuro y con un diseño de arquitecto con puerta metálica de sarcófago nuclear, esa era mi casa.

Y de la que vi, sólo el dormitorio (que era el salón) tenía el mismo ambiente, era muy parecido y recordé muchas cosas. Lo demás era la hostia, una casa enorme, laberíntica y en fatal estado y llena de cucarachas. "Cuidado, cuidado", me decía la dueña, y efectivamente, era un verdadero cementerio de cucarachas, pero no pegué el grito hasta que ví el escorpión sentado encima del armario, y me entró un ataque de risa al mismo tiempo, y a la dueña de la casa otro, coge el escorpión - resecado, negro y polvoriento - y el escorpión es de un antiguo inquilino y es de goma. Pero ya no se me acababa de quitar la risa, por toda la situación, por todo. Fuimos a ver más habitaciones y cuando llegamos a la cocina dice la dueña, "cuidado, que aquí hay otra sorpresa..." "¿pero otro animal?" "sí, un pato".. "¿un pato?" y de repente hay un revuelo de plumas o un grito asustado de la dueña o algo y yo también grité y dice, allí está, allí está el patito en el suelo del patio, ay, ay, y voy y veo el pato y pato es una cosita pequeñísima y moribunda tirada en el suelo, qué pena, vamos a ponerle un poco de agua, ¿no? se muere del calor, nos pusimos a buscar un recipiente por toda la cocina (¿a qué me recuerda eso?), por fin encontramos una bandeja, la llenamos de agua, "¿pero tú te atreves a cogerlo?" "claro que sí", y cogí al patito y lo metí dentro del agua. Y cuando el pato estaba submergido en agua, la dueña me dice "pero no es un pato, ¿eh?, es una paloma", oh fú, y ahora se va a ahogar, hay que sacarlo del agua, bueno, lo dejamos en la bandeja, donde parecía reanimarse un poco, "vendrá la madre", bueno, no sé, qué pena de patito/paloma.

Por dentro la casa era unas cuatro veces más grande que la de mis sueños, a pesar de ser tan parecida por fuera. Más habitaciones, y más, y más, todo tenebroso y dando a patios cada vez más interiores. "Podemos subir a la segunda planta, pero hay una salamanquesa ¿eh?"

Y así fue mi visita a la casa. Decepcionante, divertido y demencial. Pero yo esta última semana me he sentido bien recordando todo lo que me pasó hace tanto tiempo. Bueno, lo que le pasó a una persona que no soy yo exactamente, pero sí que lo soy, porque llevo esa persona dentro y cuando le han pasado cosas buenas a esa persona, también me han pasado a mí. Ella se llamaba Paula, y acababa de cumplir los 20 años, y yo también me llamo Paula y acabo de cumplir los veinte años, aunque tengo más años y más cosas superpuestas también, y pienso que soy capaz de sentirme bien igual que entonces, y que incluso podrían pasarme cosas así, aquí y ahora, ¿por qué no?, yo soy esa, soy Pau, soy ella, soy yo.

Próximamente, más locuras.
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miércoles, junio 15

 
Era, definitivamente, esa casa. Saqué mi cuadernito y apunté los teléfonos antes de tomarme una cerveza y un chipirón. Le hice una foto, es esta casa.



El día siguiente, llamé tres o cuatro veces a los dos teléfonos que ponía. Nunca había nadie.

Al otro día llamé y sí había alguien. "Hola, llamaba por el piso que se vende, en la Calle Progreso.." (blabla)... "en qué precio más o menos"... (blabla) (no es que me interese el precio, sólo estoy haciendo como si me interesara comprarlo), "pues ciento veinte", "¿ciento veinte qué?" "millones, de pesetas", "ah, ciento veinte millones de pesetas" "es que es la casa entera, con el local, y todo"... "¿cuándo puedo verla?" "por las mañanas", ¿y por la tarde noche?" "por la tarde noche no, es que la segunda planta no se puede ver porque no tiene luz" (o sea que las cosas no han cambiado mucho desde entonces, no)...
Es la casa de las casualidades. Está en un barrio residencial, cerca del parque, un sitio que no vas nunca si no te llaman, bueno, quizás, dando un paseo. Pero no es ni céntrico, ni cerca de nada más en especial. Y la casualidad ha querido muchas cosas, la casualidad ha querido que unos años más tarde una compañera de mi trabajo había vivido en esa misma casa, que cuando yo empecé a trabajar en una empresa estábamos en el edificio casi de enfrente y yo trabajaba viendo esa casa por la ventana, y cuando mi empresa se mudó de oficina, mi mejor amiga se mudó con su empresa a .. ese mismo edificio (y además trabajaba en la misma mesa que yo), la casualidad también quiso que el domingo, que era el día que yo iba a ir con mi cuadernito a apuntar el teléfono de la casa, me llegó un mensaje de Catt que habían quedado esa misma noche en un bar en la misma esquina de esa calle, y así maté dos pajaros de un tiro (y un chipirón, claro).

En principio voy a verla el viernes. Lo de las mañanas me jode un poco, me viene dificil, pero voy a ir. La verdad es que no duermo pensando en la casa. Y en todo, todo el recuerdo. En el chico no, no exactamente, bueno, sí, también, pero no, a estas alturas no me interesa nada, no me gustaría encontrarme con él, creo que si me encontrara con él me echaría a correr como un descosido, bueno, por curiosidad busqué su nombre en la guía del teléfono, la casualidad hace cosas terribles, esa casa era la Calle Progreso 19, han cambiado los números de la calle y ahora es la Calle Progreso 15, y cuando busqué en la guía encontré que había alguien con sus dos apellidos y la letra de su nombre viviendo en... la Calle Progreso 14...

Los recuerdos son muy buenos, aunque lejanos. Me gusta esto. Mucho. Es un juego. Le pondría una banda sonora de la música de Triana (pero esta vez sin carteles de excrementos de perro). Abre la Puerta Niña, concretamente. El viernes por la mañana he semiquedado. Continuará....
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domingo, junio 12

 
Tengo una idea diabólica en la mente.

Todo remonta a una semana a finales de julio de hace muchos años. Una semana de pasión, sin ir más lejos. Yo tenía 19 años. Vivía temporalmente en Salamanca. Todo era temporal en aquel entonces. Mi amiga Susana y yo decidimos irnos de vacaciones, visitando la mitad de España, un día en cada sitio, en autostop.

La segunda ciudad en la lista era Sevilla. No la conocíamos. Saltando de coche en coche, con el trasfondo de la España porrera y guay de los primeros ochenta, llegamos a Sevilla a las 7 de la tarde, con un pequeño problema: el calor. Mi amiga se desmayaba. Yo la sostenía. Buscamos una pensión, una ardua tarea, lo único que había era el Hostal Sierpes, una cárcel sofocante, más de mil pesetas por una habitación en el ático con minúsculo tragaluz circular al fondo de un túnel en el techo como única ventana. Increiblemente, el hostal existe todavía. Mi amiga estaba fatal, pero salimos a cenar.

Fuimos a cenar a un restaurante de menús que se llamaba Las Escobas. Que también sigue existiendo. Cenamos y hicimos buenas migas con el camarero, que nos invitó a dar una vuelta después, cuando él terminara el trabajo. Mi amiga no estaba en condiciones. Yo dije, pues yo sí, yo voy sola y ya está. Cosa que hice.

El camarero y yo visitamos todos los bares de la zona. Muy bonito. Nos llevábamos muy bien. No pasó nada y el día siguiente la Susi y yo nos fuimos a Granada. Pero como él y yo habíamos intercambiado direcciones, nos escribimos alguna carta, y como yo iba a pasar el mes de septiembre en Cádiz, acordamos que yo iría a pasar unos días en Sevilla con él. Cosa que hice también.

No me daba cuenta de que nos gustabamos hasta que me bajé del tren en la estación y nos dimos un megabeso, allí en el andén. Hay que ser zoquete, de verdad no lo sabía.

Nos fuimos a su casa y allí pasé 5 días. Si ni sabía que el tío me gustaba, imaginaros los conocimientos que tenía en otros temas como por ejemplo el calor de Sevilla. No tenía ni idea. Hacía cosas como salir a dar un paseo por el Parque de María Luisa para ver las palomas a las 3 de la tarde. Me parecía que me iba a morir. El camarero se pasaba todo el día y la mitad de la noche trabajando, y no estaba dispuesto a cambiar su horario. Yo estaba muchas horas sola. Pero cuando el camarero estaba, qué alucine. Fue una relación MUY pasional. En mi vida había conocido nada igual.

A lo que voy, en realidad, es a la casa donde vivía el camarero. Estaba en el número diecinueve de la Calle Progreso. Era una casa de dos plantas, estaba encima de una panadería medio en ruinas. Entrabas, subías una escalera superdecrépita y ya estabas en la casa. Era una ruina. Sólo la primera planta era habitable. Bueno, habitable. Recuerdo el wáter ante todo. Había que ir al wáter con paraguas, sí, literalmente, porque mientras meabas se te caía una cascada de agua en la cabeza, genial. No había nada, apenas muebles, el único mueble que tenía el camarero era la cama, ya la cama era una isla, un oasis al revés, el paraíso en muchos sentidos. No había cocina, y por no haber, no había ni un vaso, quería un vaso para beber algún vaso de agua y tuve que salir a buscar una tienda, me metí por la calle Felipe II que ahora es una zona civilizada pero que en aquel entonces era un desierto con algunos bloques de diez pisos aquí y allá, tiendas no había, encontré un bar, entré y pregunté si me podían vender un vaso, nop, nada, al final me llevé una botella de coca-cola y esa botella de coca-cola fue mi vaso mientras estaba en la Calle Progreso, 19.

El camarero, que se llamaba Jesús, era lindo pero más bien raro. Las veces que nos fuimos por ahí, después de su trabajo, con Pedro, su compañero de piso y también camarero en Las Escobas, íbamos a la calle Betis y allí él hacía trucos de mágia para alucine de los transeuntes, que no mío, hacía una cosa con unos billetes de cien pesetas que desaparecían. Al final desapareció él también, se fue a un supuesto congreso de magos, qué más puedo decir, y yo me encontré de vuelta con Susana en Cádiz, y recuerdo que derramé unas lágrimas.

La cosa es que la otra noche estuve en la zona del Porvenir, ese barrio, y pasé por la Calle Progreso y me pareció ver un cartel de "Se Vende" en el número 19. No tengo la seguridad absoluta, pero me parece que sí, que lo ví. Esta noche también he quedado por aquella zona y voy a ver si es verdad. Y si es verdad - aquí entra en juego la idea diabólica - voy a llamar y voy a pedir que me enseñen la casa, como si quisiera comprarla. Sería una experiencia alucinante. Ya os cuento :)
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lunes, junio 6

 
Aunque viendo esta foto hecha en la playa ayer, creo que el chipirón no estaba en el plato. Creo que el chipirón soy yo......


O quizás simplemente somos un par de punkis remanentes de los años ochenta, sí, va a ser eso.



El Puerto de (Santa María). Pasar un domingo en la playa con Catt y comiendo caracoles y espárragos y tomando cervezas con Enda y tintos con Catt me quita todos (o algunos de) los problemas y sinsabores de los otros días. Me lo he pasado bien. Qué ganas de playa tengo. Y viene la playa, estoy convencida. Viene. Estoy con un pie en la isla de Madeira, ya os contaré.
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jueves, junio 2

 
Hoy antes de dar una autovuelta tomando dos cervezas y una tapa de chipirones en el Nueva Esperanza 2, he tenido mi último examen de italiano (aunque sólo han existido penúltimo y último). Y me doy cuenta (bueno,ya lo sabía) de que lo que pasa es me GUSTAN los exámenes y siempre me han gustado. Desde que era pequeñita y mi padre en vez de darme videojuegos, animales domésticos u otras cosas para jugar, me daba EXAMENES, y yo a él, era mútuo, y me lo pasaba bomba.

Bueno, soy rara, lo sé.

Pero como el mundo es así, me he tomado esas cervezas y esos dos cefalópodos muertos y me lo he pasado bien, en una terraza escribiendo el diario. Y como estoy en una época en la que estoy intentando sobreponerme a todo tipo de repelos y respingos, pues tenía una resistencia que sabía que era por pura ignorancia, que cuando te ponen las tapas de chipirones, yo nunca comía las bolas de tentáculos (que siempre vienen aparte además, como tronchados y desperdigados en otras partes del plato, no sé por qué), pues yo nunca comía esos juegos de tentáculos porque pensaba que el ojo del chipirón estaba dentro, pero nunca me había atrevido a mirar. Y sabiendo que tengo en realidad unos conocimientos nulos de la anatomía del chipirón, esta noche he mirado y adivinad qué, el ojo NO estaba dentro. Otro repeluzno superado. Voy bien.

Me lo he pasado bien, como en otros tiempos y en otros lugares.
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