Siempre he tenido un fetiche por este individuo, desde que le fotografié por primera vez en la Rua dos Fanqueiros en Lisboa. Hace la mar de años. Se llama Mi Chico y he hecho decenas, cientos quizás, de versiones de esta misma fotografía, reveladas en todos los tamaños, encuadres y colores y usando todos los procedimientos posibles. Esta copia tan grande y contundente es la versión que más me gusta. Pasó una cosa curiosa, hacía años que vivía feliz con él, siempre estaba allí, lo miraba todos los días y me gustaba y me fascinaba, al margen de mis otras pasiones, claro, porque no tenía nada que ver, no era humano, es otro tipo de amor, perfectamente compatible con cualquier novio. Pasó que un buen día me di cuenta de que yo había ido envejeciendo, y él no. Y de repente yo era mayor que él. Yo siempre había sido más joven que él. Y de repente él era un chiquillo joven y ya no me gustaba. Le tengo simpatía y le tengo cariño. Recuerdo la época que pasé con él, y de alguna manera me hizo feliz, pero ya no le tengo pasión. Es un caso extraño. Es uno de los poquísimos casos que he tenido en mi vida de desamor con el paso del tiempo.
A pesar de mi gran estupidez, he conseguido montar tres muebles de Ikea. Uno, haciendo movimientos circulares con la muñeca. Otro, con pseudointeligencia, paciencia y cariño. Y el tercero, a martillazos.
No, no. En la fiesta me derrumbé y ya era imposible ir a la playa. En la fiesta estaba sentada con unas personas desconocidas y poco conocidas iniciando conversaciones absurdas sobre bolígrafos y zapatos y me levanté a buscar amigos y no vi amigos, sólo vi una silla y me senté en la silla y silenciosamente me vine abajo. Y Pastora me sacó de allí. Fue horrible, fue como el grito de Munch en tecnicolor y en el más absoluto silencio. Este fin de semana iba a ser muy duro a la fuerza, este fin de semana él tenía su billete para venir a verme, y yo aquí sola, sola, y ya bastaba de ser fuerte y de ser fría, en algún momento el dolor lo tienes que sentir y lo tienes que asumir. Esto no es superficial y no puedo tratarlo como si lo fuera. Así que ayer, ni playa ni nada, gracias por invitarme, de verdad, pero tuve que pasar todo el día en la cama y en el sofá, sin moverme, asumiendo esto. Y duele, pero llega el momento en el que tienes que entregarte al dolor para poder pasarlo y asumirlo, y estar bien después. He dormido diez horas del tirón y estoy mucho mejor. Tenía como una imagen de él en un espejo largo que empezaba a acompañarme a todos lados, y bien hermosa que era esa imagen, por eso me dolía tanto, pues esta mañana ese espejo ha recibido un martillazo y está en mil pedazos que de una en una no significan nada. Ahora recogeré los pedazos y los tiraré a la basura. Ah, y devolveré el Grito de Munch al museo. Ya era hora.
Ahora soy la torre eléctrica de Irún a la que le pusieron una bomba en cada pata, pero que no se cayó. Y ahora soy la M de McDonalds al que Iván le arrancó su tapa roja, pero que sigue meneándose como la M de McDonalds. A veces soy la casa sin techo, la pared con balazos, a veces el semáforo de cuelga de dos hilos (pero si yo estaba en verde). No sé qué más cosas soy o puedo ser, porque estos días el trabajo ni me deja tiempo de ver las noticias, y cuando las veo no me concentro. Hoy fiesta, mañana playa. Ni putas ganas de nada. Mis amigas y mis amigos me sacan, y yo les sonrío (a veces falsamente). Sabía que este fin de semana iba a ser duro. Yo no tengo ganas de fiesta, pero si la fiesta tiene ganas de mí, algo es algo.
Después de una tensa espera de tres días y medio delante de mi propia escuela de Beslán, vino mi propio Huracán Frances y me lo destrozó todo. Mal, mal, mal. Sopló como una verdadera bestia. Mi bonita casa voló por los aires y ahora no sé ni dónde está.
Pero yo compré esa casa porque me gustó. Y no sabía de qué materiales estaba hecha. No pensé en eso, no pensé en huracanes. Yo sólo pensaba en lo feliz que estaba. A veces me parece que lo mío no tiene remedio, que vaya donde vaya me instalo siempre sobre una gigantesca falla sísmica. Y siempre se abre.
Debería de ser un mes bonito, porque hace buen tiempo y es el principio de muchas cosas. Pero el mes de septiembre siempre, siempre, siempre, siempre es una mieeeerda.