Alghero, Sardegna, Italia, II. (si todavía no has leido Alghero, Sardegna, Italia, I, lo comprendo, porque sólo Dios sabe cuando voy a postear y no creo que nadie estuviera preparado, pero he vuelto. De verdad, esta vez.).
La mañana siguiente bajé al centro de Alghero desde el lugar este lejísimos y perdido entre elefantes salvajes, andando, porque no venía ningún autobús, charlando con otros veraneantes en el camino y rechazando una invitación de unos señores de Genova para ir a cenar en su barco (suena muy bien, lo sé, pero yo quería estar a mi aire, no quiero que me constriñan, yo qué sé), y llegué finalmente a mi 'apartamento' en el centro antiguo. El 'apartamento' lo alquilaba gente joven, muy simpática, se tomó su tiempo en explicártelo todo, como funcionaba todo. Me preguntaron si me había gustado el Hotel Mistral, y les dije, el hotel en general muy bien, pero la habitación era muy fea y horrible porque era una buhardilla y había que ir agachado y jorobado (bueno, ten en cuenta que no sé cómo decir ni buhardilla ni agachado ni jorobado en italiano, pero me hago entender con aspavientos y muecas), y luego subimos arriba y veo la habitación, resulta que también es una buhardilla y hay que ir agachado y jorobado, ups, creo que he metido la pata.
El 'apartamento' estaba bien, y perfectamente situado justo a la entrada de la città vecchia. Pero va entre comillas porque no tiene cocina, sólo una nevera, un fregadero y una cafetera horriblemente complicada, que me han explicado cómo es pero que no he escuchado.
Pues como no puedo calentar mi agua para mi nescafé traido de casa, ni hacer mis tostadas, lucho con la complicadísima cafetera todas las mañanas y me como los simpáticos materiales para desayunos que han dejado los dueños, croissants sin mantequilla, tazas sin cucharillas, o al revés, finalmente descubro unas microscópicas cucharillas de plástico, junto con unas sobredimensionadas galletas que no me gustan, y en ese apartamento he tomado algunos de los peores desayunos de mi vida. Después de una lucha más o menos larga cada mañana con la sofisticadísima cafetera, conseguía en mi taza un chorrillo de agua fría sin café o unos sedimentos negros imbebibles arremolinándose en el fondo de la taza, que removía con mi subcucharilla de plástico, llorando amargamente.
Y así empezaba cada fantástico día de playa, paseos, pasta y pizza (y grandes cervezas).
Y la cosa era que como no había escuchado cuando me lo explicó la primera vez, me daba vergüenza preguntarle una segunda vez y me resignaba a quedarme en la ignorancia y la vergüenza toda la semana.
Hasta que llegaron unos inquilinos nuevos al 'apartamento' de al lado...
Y las paredes eran muy, muy finas.
Y digo, no puede ser, qué suerte... vuelvo a escuchar toda la explicación de la cafetera otra vez, a través de la pared pero más claro que el agua, y me enteré de cómo había que echarle el agua, a qué botones había que dar primero y que la cosa que le sale de un costado no es una maneta para girarla para arriba y para abajo con la mano como hacía yo, es por donde sale el vapor y es para meterla dentro del café...
Y el último día disfruté por fin de un café medio en condiciones.
Eso es lo que te pasa por no escuchar y no mirar. También en una tienda me probé una estupenda blusa blanca y vaporosa y que me encajaba perfectamente en la parte de arriba, lo nunca visto: cuando hacen la ropa con concavidades ya confeccionadas para meter las tetas las mías nunca caben, siempre las hacen muy pequeñas... y pensé 'esta blusa es un prodigio de la naturaleza' y naturalmente la compré, era sólo cuando llegué a casa y la saqué de la bolsa que ví que en la etiqueta ponía 'pre-mamá'.