El piso, en el barrio lisboeta de Campo de Ourique, era estupendo, sólo tenía dos pequeños problemas: 1. que era un cuarto sin ascensor, y 2. que pasaba un avión por encima casi rozando el tejado cada 5 minutos. Vaya, se me olvidó traer el decibelímetro, ¿tú has traído el tuyo? No, pero tengo tapones, yo también! Pues no hay problema (no, ni a las 4:20 de la mañana, que es cuando empieza la actividad en el cielo). El lado bueno: las vistas maravillosas sobre el centro de la ciudad que tienen los habitantes del avión (que no los de la casa). Ya me sumo a la campaña por llevarse el aeropuerto de Lisboa a otra parte, ¿dónde tengo que firmar?
Lisboa: compras en la tienda retro de la Baixa, es genial (y tiene bar), almuerzo na Cervejaria Trindade, acoso a los turistas delante del Café A Brasileira (porque estamos preparando una exposición sobre toda la gente que se hace la foto con la estatua de Pessoa, queríamos material, y lo conseguimos), haciendo fotos por todas partes, paufotos (definitivamente, he vuelto a la fotografía, es una de las cosas que han ocurrido mientras estaba en el bucle del tiempo).
He conocido Campo de Ourique La Nuit, en más de una ocasión (el barrio es simpático, pero el Cemitério dos Prazeres tiene más vida nocturna).
El tercer día, visita morbo-fotográfica a dicho Cementerio, he pasado un rato muy bueno fotografiando ataúdes. Me gustan especialmente los que se están abriendo, los más descuidados, los que están a la intemperie, los poquísimos que tienen fotos (otros cementerios portugueses están llenos de fotografías de gente, son muy visuales, te sientes un poco en contacto)... Fotografiar en cementerios portugueses se está convirtiendo en una afición, y estoy empezando a juntar una buena colección. Si no te gusta lo tétrico no te gustará, pero a mí son sitios que no me dan tristeza. Eso sí, cada vez que visito uno me pierdo y no encuentro la salida, y eso te puede llegar a agobiar.
De vuelta en el apartamento, abres el grifo de la ducha y ves como el agua gradualmente inunda el suelo, compartes ducha con un espejo de cuerpo entero en un espacio angosto entre paredes negras (o eran marrones), una ventana que se abre sola cuando menos te lo esperas, dándole un gran porrazo a la estructura de la ducha (y a ti, si estás dentro) pero que tú no puedes abrir al menos que entres dentro de la ducha y te pones de puntillas (y eso sólo personas altas), siempre hay algo que se cae al suelo, el alto diseño (que no funciona) de hoy es el hortera de mañana. Aunque tengo que decir que el apartamento era bonito y cómodo, y en un barrio estupendo.
El cuarto día lo pasé entre el salón y la cama, por pachucha, por más que pachucha. Lo mejor: poder estar con una mantita en el sofá viendo Cuéntame Como Pasó en su versión portuguesa en la tele (Conta-me como foi), con gritos infantiles de "¡Mira Don Pablo! ¡Mira el Carlitos portugués! ¡Cómo se parece Inés! ¡Y Eugenio, es igual que él, se ha estudiado todos los gestos!" (dicho con los rugidos de los aviones de fondo, claro).
Una de mis principales metas con este viaje: no tener nada programado. No tener agenda. Sólo hacer lo que me daba la gana. Y eso lo he conseguido: he hecho poquísimo. Mi compañera de viaje Chari ha sido más activa que yo en todos los sentidos, quedando con las figuras del fado, saliendo de noche, haciendo networking... ella no ha perdido el tiempo. (Yo tampoco, que conste).