
correteando por el Huerto de Calixto y Melibea,

tomando cervezas (y chupito de Tía María con escurridizos porteros y camareros) en la Cafetería Niebla,

en el Camelot, aparentemente bebiendo de una pecera...

o aparentemente bailando como una loca,

comprando faldas,

consiguiendo caber en el Cervantes,

consiguiendo no asfixiarnos con el calor en el hotel, que no estaba nada mal y muy bien situado,

en el bar de los niños expósitos,

tomándonos una copa con Gonzalo en el Novelty, sólo para descrubrir que es un hombre uniforme y gris, sin conversación,
en la calle de la Torre del Clavero, huyendo de unos quinquis,
no buscando la rana en la puerta (la gente viene aquí a buscar una rana que hay escondida en una puerta, pero yo es que ni consigo encontrar la puerta) (agnósica navegacional),

paseando. Diciéndole a Pastora cuánto tiempo las cosas llevan aquí. Viendo apróximadamente 9 de los 10 pisos donde yo viví en mis tiempos. Buscando alguna casa en ruinas (ya casi no hay). Encontrándonos con. Pensando en. Hablando de. Recordando. Bebiendo. Comiendo. Leyendo. Pidiendo cañassss y pinchosss. Y recibiendo racioncitas de patatas revolconas en el Edelweiss, no sé cómo no lo había descubierto antes. Genial. Mucho, sí.