Como me gusta hacer turismo masoquista, he ido como parte de mi viaje a Portugal a Santarém, ciudad que no conocía, ciudad de que no sabía nada, por ejemplo no sabía que el tramado urbano consistía en enormes cuestas en vertical, que están muy bien cuando tienes que bajarlas en un tobogán (estilo Funchal) pero no muy bien cuando tienes que subirlas arrastrando una maleta bajo 35º de calor. Me bajé del tren y veía unas murallas gravitando a un kilometro por encima de mi cabeza pero pensaba, bah, eso no me incumbe a mí, eso es el castillo o algo, y empecé a subir. Por supuesto terminé derribada disuelta y exhausta encima de una masa de plástico derretido que una vez fue una maleta, y jadeando tanto que los vecinos en sus casas pensarían "¿dónde están los perros follando?"
Bueno, la cosa es que llegué y tuve suerte, después de perderme unas veinticuatro veces a pesar de llevar en la mano un mapita arrancado de un libro y hecho un guiñapo y empapado de sudor, pero un mapa al fin y al cabo, encontré un hotel (pensión) que me gustaba (mira, esta es la habitación del gato:) y estaba muy bien allí, sólo que oía constantemente una música lejana y triste y horrible, como que formaba parte de la habitación. No me impidió dormir la siesta pero al salir a la calle a dar un paseo, después de un rato me dí cuenta de que seguía la música esa, era la cosa más triste del mundo, y me acompañaba a todas partes, ¡qué horror! ... y es que todas las farolas de todo el centro tenían unos altavoces pegados y de ahí emanaba la música, canciones depresivas e interminables por todo el centro, todo el tiempo. Santarém, he decidido, es la ciudad más triste del mundo.
Pero yo me sentía triste, no. No era eso. Yo estaba bien.
Pero era todavía más triste cuando intenté ir a cenar algo a las nueve de la noche, a esa hora ya habían quitado la música para suicidas pero en su lugar había un silencio y una oscuridad inmensos y ningún restaurante abierto, ni bar, ni nada.... me veía cenando un caramelo y un vaso de agua en la habitación (menos mal que tenía el caramelo) pero menos mal, finalmente di con un restaurante caro que fue mi salvación y nunca he estado tan contenta de gastar 20 euros en un platito de arroz (un platito de arroz buenísimo, por cierto) y tres superbocks.
Las cuestas de Santarém, (y son todas así ) son mucho más fáciles de bajar que de subir, sobre todo si te pasa lo siguiente: que a la vuelta ya en camino para la estación con la maleta otra vez, paró a mi lado una vecina montada en una poderosa furgoneta y me dice que si voy a la estación, que va ella y me lleva..... y qué alegría, bajamos la horrible cuesta en 2 minutos y resulta que es la señora que se pone en el paso a nivel y agita una banderita cuando pasa el tren, luego la ví desde el tren en su puesto de trabajo, qué linda, creo que esa profesión ya no existe en España, ¿verdad?
Y bueno, por lo demás, he pasado una semana de comer sopas, de beber Superbock y Sagres, de quedarme en casa de Cat en Estoril, muy bien, de pasar 3 días en Aveiro y alrededores, desde la base de mi antigua habitación, que me gusta tanto, y mucho de esto, claro: Pero siempre es bueno volver. :) :) :)