El viaje. El miércoles. El avión salía para Liverpool desde Granada a las 9 de la noche, y cogí un tren que iba de Sevilla a Granada a las 4 de la tarde. Ya sabía que era un poco justo, pero llegaba dos horas antes de salir el vuelo y teóricamente me daba tiempo de sobra para llegar al aeropuerto. Si no, pues era un riesgo calculado y punto.
A unos 20 minutos de Sevilla el tren para. Luego para otra vez, y otra, y otra. Oh no. Luego nos anuncian un retraso de una hora: el maquinista está indispuesto y están esperando un sustituto, que tardará una hora en llegar. Me pongo a calcular: si llegamos con una hora de retraso, cojo un taxi y llego al aeropuerto a tiempo. Si el retraso es de una hora y cuarto, perderé el vuelo, y en ese caso prefiero bajarme y volver a Sevilla, ya buscaría un vuelo para el día siguiente, lo que no quiero hacer es llegar a Granada, perder el vuelo y tener que dormir allí y esperar allí hasta la noche siguiente para coger otro vuelo.
Así que... voy a ver qué retraso llevamos. Después de 40 minutos, echamos a andar, ¡estupendo!, ah, pero hacia atrás. Si nos vamos a Sevilla, me quedo allí.... 10 minutos más tarde, paramos y echamos a andar hacia adelante. Cogemos velocidad. Entonces le pregunto al revisor que si nos vamos de verdad, y me dice que sí, y le pregunto cuando vamos a llegar a Granada y me dice que con una hora de retraso. Un poco menos de una hora. Le expongo mi situación. Todo bajo control, porque vamos a llegar a tiempo.
Pasan 15 minutos y el tren zozobra, sigue un poco más y se queda parado. Pasan los minutos, pasan muchos minutos. El revisor ha desaparecido. No hay nadie. Estamos en Arahal, el pueblo de MariPaz. Después de un rato ya no sé si bajarme o no y me acerco a dos señores que tienen pinta de detectives, que hablan mucho y muy agitadamente por los móviles, pero que sé que son del tren porque han entrado antes en la cabina del maquinista. Les explico lo del vuelo y que cuánto retraso llevamos porque si va a ser más de una hora y cuarto me voy a bajar en la siguiente y me vuelvo a Sevilla. Me dicen que vamos a llegar a Granada a las 9, con dos horas de retraso. Ah, me bajaré entonces. Sacan de la manga un horario de trenes, mire, puede coger este tren, o este, nosotros hablaremos con el revisor para que no tengas problemas, no tendrás que pagar el billete. Pero pensándolo, ¿no preferirías coger un taxi a Granada, para no tener que perder el vuelo?, "claro, pero.... ¿quién lo paga?" "Paga Renfe, y se llega rápido, es todo autopista", "ah, pues ¡vale!, pues muchas gracias." (esto es un poco surrealista, pienso).
Los señores se bajan del tren conmigo en el siguiente pueblo, que es Marchena, el pueblo de Pastora. Han llamado con sus móviles a un taxi y uno de ellos espera conmigo. Me han dicho que yo no tendré que pagar el taxi, que ya va pagado. Y que llegaré en hora y media, o sea que tendré tiempo de sobra antes de coger el avión.
Y así, charlando, esperamos media hora antes de que llegue el taxi. Los señores le dicen algo al taxista, yo me meto dentro y me voy, ¡adiós, señores!, ¡adiós, tren parado, maquinista enfermo! (que por cierto lo primero que cruza con el taxi es una UVImóvil, ¿para el maquinista?).
Salimos para Granada a toda leche. A los diez minutos o así se me ocurre decirle al taxista, bueno, qué detalle de la Renfe, ¿verdad? pagarme el taxi. "¿¿Pagarte el taxi??" dice el taxista, extrañadísimo. "¿¿Te han dicho que te pagan el taxi?? ¡¡A mí no me han dicho nada de eso!!" Pues... sí... y me lo han dicho muy claro, yo me aseguré porque, no quería malentendidos. El taxista muy extrañado, "¿¿Pero quién te dijo eso??" "Pues esos dos señores".. "¿Y quienes son esos dos señores?" "Pues ... eran ... " Buena pregunta. ¿¿¿Quiénes eran esos dos señores??? ¡¡¡Pues ni idea!!!
El taxista se pone a hacer llamadas. Llama a la estación, llama a la Renfe, llama al otro taxista, a la central. Nadie coge el teléfono, o nadie sabe nada.
Finalmente habla con los de la estación de Marchena, y ellos no saben nada pero pueden ir a ir a preguntárselo a los del tren, que a todas luces sigue allí en la estación. A los 5 minutos vuelven a llamar y... no hay problema, no hay que pagar nada, lo paga la Renfe.
Uf, qué susto. Y ahora otro susto. Miro la velocidad del taxi, miro los kilómetros que faltan para Granada (200), pienso en la hora en que van a cerrar el vuelo y ..... joder qué justos vamos. Si seguimos entre 120 y 130 como vamos ahora sin aminorar de aquí a Granada, llegaremos 5 minutos antes de que cierren el vuelo. Joder, joder, joder. Si lo sé no vengo. Yo no necesito esto. De verdad, me habría vuelto a Sevilla. Así dormiría en mi cama esta noche.
En ese estado incierto sigo una hora y diez minutos más. El cierre del vuelo es a las 8,30, y llegamos a las puertas del aeropuerto a las 8,24. Corro como una loca a través de la multitud que está en mi mesa de check-in, llego, la pantalla pone Liverpool pero justo en el momento que planto el pie en el suelo y la mano en la mesa cambia y pone Cerrado.
Claro que me dejan facturar. Todos los que van en los otros vuelos y que querían facturar antes que yo me miran muy mal, la despistada, la desastre, la que se ha colado.
El avión despegó y aterrizó absolutamente puntual. Lo conseguí. Surrealismo total, pero llegué. ¿Cómo lo he conseguido? Tengo dudas. ¿Normalmente la Renfe pagan taxis de más de 200 kilómetros por un retraso? Digo yo que no, en un tren que va con tan poco margen. Y sobre todo, ¿quiénes eran esos dos señores?