Echo de menos los menús de plástico de los aviones, siempre con su trozo de carne con revestimiento de poliuretano, su retal de lechuga y raspaduras de zanahoria con vinagreta empapelada, sus galletas y su bollo de pan de Imaginarium y la pobre cucharilla-muñón, que ahora seguramente dejará de existir.
Claro que prefiero vivir en esta época nuestra de Ryanair, de Spanair, de Barcelona por 28€ (que luego son 37), pero echo de menos los días en que si tú volabas eras alguien.
La gente se sigue santiguando en el despegue, aunque ahora el avión no es más que un AVE con alas (que no cascos, gracias a Dios).
Siempre, cuando vuelo en un avión, me da la sensación que toda España está viendo mis bragas.