Sigo leyendo mis antiguos diarios. Desgraciadamente faltan los de la mejor época de toda mi vida, cuando vine a España por primera vez, son dos o tres y faltan porque me los robaron, es un pequeño agujero negro que tengo en mi vida, pero ahora después de 20 años creo que ya se me pasó el disgusto. Mañana, u otro día, volveré a esa época y os contaré unas .... anécdotas que digamos .... pero hoy voy a hablar un poco de la impresión que me ha causado leer otro de mis diarios, el que venía justo después de la época que pasé en Salamanca, cuando volví a la universidad y estaba (no se sabe cómo) en tercero.
Pues mira, a pesar de considerar esa etapa como una de las mejores de mi vida, de haberlo pasado tan bien que no podía más, cuando la vida era flotar, volar, reir, beber y nunca estudiar, pues curiosamente he leido el diario (muy entretenido por cierto) y he llegado a la conclusión de que no me gusto. Ahora os voy a explicar porqué, pero qué curioso ¿verdad?, sobre todo cuando pensaba que sí que me iba a gustar, con lo bien que me lo pasé.
Si antes de venir a España yo era un huracán que era mejor evitar, después de esa experiencia ya era un tifón peligrosísimo, avanzando con su ropa ceñida y sus carcajadas arrancando árboles de cuajo y tirando coches por barrancos con todos sus ocupantes dentro, sí, cuatro a la vez, toma ya. Creo que lo que más he conservado de mi estilo de esa época son las carcajadas, sí, suenan tan profundas y gustosas como siempre, pero lo demás ... mi vida era un espiral de salidas nocturnas, alborozos y juergas, flirteos, trasnocheos, lanzamientos de mi persona en todas las direcciones detrás de todas las cosas, cerveza, cerveza, vinos, martinis, sidras, otros brebajes, fiestas, fiestas, fiestas, discotecas, siempre ligoteo, besos, más besos, besos con otros nuevos, besos con quien no debía, más cerveza, más carcajadas y luego sueño profundo. Si. Muchos besos. Nunca sexo. Absoluta superficialidad, y mira que la superficialidad me gusta ahora en mí. Pero esto era otro tipo de superficialidad. No sólo era profunda y marcada, sino que era inconsciente, totalmente natural. Y con toda la naturalidad del mundo, yo era una absoluta cabrona.
No es cuestión de recriminármelo ahora, no, eso sería poco práctico y bastante idiota, lo siento por los hombres que hice sufrir (hombres y mujeres, todos los daños colaterales), pero creo que pasárselo bien es lo mejor que se puede hacer en esta vida, ¿no?, siempre que se puede. Siempre intentarlo. Aunque todo era pasarse siempre, bailar hasta no poder andar el día siguiente (me pasaba eso a veces), reirme hasta quedarme afónica, acumular tal cantidad de pretendientes e interesados que aquello ya era un pueblo entero, una ciudad, beber hasta reventar (cuando vomité una vez y me pasé una hora tirada en el suelo del pasillo disfrazada de Boy George después de pasar con éxito la prueba de beber un vaso de sangría de un trago bailando encima de una mesa - después de tomarme no sé cuantísimas cervezas, claro - yo merecía terminar mal, no me digas que no). Cuando me encontré a las seis de la mañana en la cama con alguien (¿en? ¿sobre? creo que era sobre, tengo unos vagos recuerdos de la escena) y había echado una cabezada y me desperté y estuve cinco minutos hablando con él hasta abrir los ojos y darme cuenta de que no era quién yo pensaba sino que era otro ... bueno, a eso le sigo viendo la gracia, sí, ahora hubiera soltado la misma carcajada que solté entonces.
Sí, no me gusto del todo, pero creo que si tuviera la oportunidad de repetir esa época, creo que haría todas las mismas cosas, sería inevitable. Aunque ahora tal vez habría menos estúpidos concursos de sangría y ... ¿más sexo?