¿Por qué siempre todo me pasa a mí?
La proyección ha sido una catástrofe, lo único que ha pasado es que una serie de gente ha proyectado sus incompetencias sobre mí, y por la sala en general, y nada más.
Mi parte de culpa en este desastre ha sido lo siguiente: que pensaba que esta sala era un sitio serio, y no lo es. Que me fié de Miguel, y no debí, y no lo haré nunca más, porque además sé como es Miguel pero se me olvida porque somos amigos, y me creo las cosas que dice (él también se las cree). Y que digo lo que pienso. Eso me causa problemas. Pero no puedo evitarlo. Sí, sobrereacciono, exijo, me mosqueo, sobre todo exijo que me traten bien y tengo mi orgullo. Bueno, no os quiero aburrir con mis defectos.
El martes por la noche fui a casa de Miguel y montamos la proyección, la presentación. Yo ya la tenía montada, pero él dijo que era mejor montar las tres presentaciones en su Mac. Montamos la versión final en su ordenador y me la grabó en un CD y me dijo que llevara el CD a la sala a las 7,30, las 8 de la tarde del dia siguiente, que así daría tiempo para hacer los retoques finales y pasarlo al ordenador que se iba a usar para la presentación.
Llegué a la sala con mi CD y mi música a las 7.40, acompañada por mi hermana Lumière que había venido desde Allá de los Montes a verlo.
Primero, una hora sin hacer nada. El informático o ayudante o no sé quién era, vamos a llamarle el Carlos, estaba intentando montar la presentación de Miguel y no podía. No había manera. A las 9 menos cuarto (recordad que la proyección empezaba a las 9) me tocó el turno a mí. Abrimos el CD y la presentación no estaba grabada. Estaban las 48 fotos de la presentación, y muchas otras fotos, desordenadas, pero la presentación no estaba. Había que montarla otra vez, tuve que ir ordenando las fotos poco a poco, fiándome de mi memoria, algo penosamente lento.
Jessica, la otra fotógrafa que proyectaba con nosotros, ya me había metido la idea en la cabeza que haríamos bien en dejarlo para otro día.
Llegó Miguel a las 9 y se fue para su casa a traer su ordenador con su presentación.
Y yo decidí que no lo iba a hacer.
No por las fotos desordenadas, la presentación sin hacer, sino por el teatro, mi poesía que yo iba a decir, estaba vestida de negro con las 20 uñas pintadas de azul con una foto gigante de un maniquí y esto era tan importante para la proyección, además era algo que exigía valentía y ganas y yo en ese momento ya no las tenía. Le dije a ellos que no lo iba a hacer, que lo dejáramos para otro día, y que podríamos avisar a la gente para que viniera otro día.
Me convencieron de que lo siguiera montando. Pero no lo iba a hacer. Había ya un montón de gente en la puerta esperando.
Lo terminé de montar. Dije de mandar a la gente que había en la puerta a tomarse algo y volver dentro de media hora, por lo menos. Alberto djo que ni hablar, que esperaran allí fuera hasta que termináramos, que ya estaban acostumbrados.
La presentación de Miguel no funcionaba, lo mío tenían que montarlo con la música, al final quedamos en darnos una vuelta hasta las 10. No sabía si lo iba a hacer o no.
Me fui a tomarme una cerveza con unas 12 personas que habían venido para verme, amigos míos.
Ya me relajé y sabía que sí iba a hacerlo, nos tomamos un par de cervezas y nos reimos mucho.
Llegamos a la sala a las 10 y pico. La persiana estaba bajada y oía la música de mi presentación. La estaban proyectando sin mí. Miguel sabía que estábamos en un bar muy cerquita y no me había llamado al móvil ni siquiera.
Mis amigos se querían colar debajo de la persiana pero yo decía que ni hablar. Estaba ofendidísima, no me lo podía creer. Al final entraron algunos, querían verlo, era comprensible, pero yo no entraba allí ni loca.
Terminó el pase - sin mi teatro, sin mi introducción, sin mí - y ellos lo repitieran para mis amigos y para quien quisiera verlo. Yo me negué a entrar. Pastora, Maripaz y Carmen se solidarizaron conmigo y no entraron tampoco.
Estaba alucinada.
Me negaba a entrar a recoger mis cosas, fue mi Hermana Lumière por mí y me las trajo.
La sala ya me parece un sitio patatero. Jamás volveré a hacer nada con ellos. Lo que más me alucina es que los de la sala (y Miguel) se mosquearan conmigo y seguían en sus treces, cuando ellos tenían la culpa de que estuviera eso tan mal organizado, y yo no. Y lo que menos comprendo, que Miguel no me llamara. De que se les pudiera ocurrir hacer mi presentación sin mí. Estarían muy nerviosos ya (me parece que Miguel ni pudo hacer su proyección, las fotos eran demasiado grandes para caber en el programa).
Allí se quedó todo. Nos fuimos por ahí a beber cerveza. Me divertí, con mis amigos. La gente que vió la presentación me dijo lo mucho que les había gustado, incluso la habían entendido perfectamente, el rollo atracción-sexo-matrimonio-niños-agobio-muerte y eso, pero no sé cómo, sin la parte del principio que yo tenía preparada, esa parte era imprescindible.
Me siento, pues cómo me voy a sentir. No voy a llamar a Miguel ni mandar un e-mail a Alberto de la sala para decirles lo mal que me ha parecido, eso lo deben de saber ya, pero parece que no son personas que puedan admitir un mínimo de culpa, seguirán pensando que ellos lo han hecho todo bien, claro.
Si una cosa no la organizas tú misma, no hay cosa, no hay nada. Ya sé que soy pendenciera, pero sólo cuando tengo un buen motivo por ello.
Lo mejor: que Carmen viniera de Ayamonte. Que Silvia viniera de Carmona, a 40 kilómetros de aquí. Lo buena gente que son todos mis amigos y amigas. La solidaridad de todos ellos. Que me ofrezcan alternativas para hacerlo otro día, otro mes, en otro sitio. Las ideas de Pepe, la amistad de Pastora, Maripaz, Carmen, lo que nos reimos. Que Marcos estuviera de muy buen humor. Que vinieran Olga y Bernardo. Los mensajes de Fernando. Mis uñas azules y que a pesar de todo me sintiera guapa. Y que estuviera de buen humor, después. Y estar con mis amigos, con los que habían venido. Lo demás no importa.